martes, 25 de abril de 2017

Miradas: "Let's scare Jessica to death" de John Hancock.

El sueño americano fue muy cuestionado tras el gran fracaso que supuso la dolorosa guerra de Vietnam. El desastre bélico, fuertemente traumático para la sociedad norteamericana, se tradujo en cifras escalofriantes: 58 mil muertos y más de 300 mil heridos, además de miles de soldados adictos a las drogas. El desengaño de participar en una guerra inmoral y duradera que aparentemente no afectaba para nada a la vida nacional inculcó en muchos soldados una tremenda ansiedad de huir de la indecente realidad de Vietnam a través las drogas. A finales de los años sesenta y principios de los setenta, el consumo de drogas en algunas unidades norteamericanas en Vietnam adquirió proporciones casi epidémicas donde la heroína era la preferida. En un informe elaborado por el Pentágono en 1973 se estimaba que el 35% de todos los hombres alistados en el ejército que militaron en Vietnam habían probado la heroína y que el 20% se convirtieron en adictos en algún momento de su misión. Un panorama asolador y catastrófico.


Los estadounidenses presenciaban con frustración como su presente esteba calado de sangre y su futuro se volvía muy hostil. Sin duda, fue todo un mazazo para la sociedad. La forma de vida basada en el capitalismo era, sin duda, un ideal discutible que sembraba dudas en cuanto a estamentos como la familia, el trabajo o el amor. Las cicatrices tanto físicas como morales del conflicto marcaron a la nación y se vieron también reflejadas en el cine. El terror también se vio impregnado de esta hostilidad que traumatizó al estado y una buena muestra de ello es “Let’s scare Jessica to death”, drama sobrenatural muy intimista y de bajo presupuesto donde una mujer se aproxima a la locura frente a un mundo totalmente desfavorable para ella.


“Sueños o pesadillas. Realidad o locura. Ya no puedo distinguir cuál es cuál”. Así comienza “Let’s scare Jessica to death” donde Jessica (Zohra Lampert), una enfermiza mujer recientemente recuperada de una crisis nerviosa, que, junto con su marido con su marido (Barton Heyman) y un amigo de la familia (Kevin O'Conner) renuncian a la ajetreada vida de Nueva York y se trasladan a una vieja mansión en un apartado pueblo de Connecticut la cual piensan arreglar. Una huida de la cruda realidad del capitalismo, antes mencionada, en la que la población americana estaba terriblemente sumergida. En su primera noche se encuentran con Emily (Mariclare Costello), una joven hippie que ha ocupado la vivienda y finalmente se queda con ellos por un tiempo. Toda la cinta está empapada de un halo de tristeza. Sus protagonistas son bohemios que huyen de la gran ciudad conduciendo un coche fúnebre en el que está pintado el símbolo de la paz. Intentan ser felices viviendo lejos de la metrópoli pero lo que se encontrarán no será precisamente luminoso. Ya de entrada, los locales (todos ellos ancianos algo tétricos) los reciben de una manera algo provocadora. 


Estos habitantes del pueblo mantienen una postura inquietante e incluso algo amenazadora y desafiante ante los nuevos vecinos. Esto no ayuda nada a Jessica, que traslada sus obsesiones a su nuevo ambiente y poco a poco iniciará un nuevo descenso a la locura. A partir de aquí las interpretaciones que cada uno quiera sacar de la cinta son abiertas ya que cuestionamos lo que vemos. Sin duda el ámbito psicodélico está presente y toda esa atmósfera malsana de la época impregna la película de un modo extraordinario. La subjetividad herida de la protagonista, ofuscada por la muerte, refleja esa aflicción de la época. Jessica recorre cementerios, dibuja en las lápidas de manera reiterativa bordando la obsesión demostrando su frágil espíritu y su fragilidad mental y a la vez controlando su cordura. Viajamos al fondo de la mente humana de la mano de la heroína. Entiéndase heroína como la actriz principal, no la droga, aunque también podría ser y es que este largometraje es fruto sin duda de su contexto histórico. La presencia de la bandera americana simboliza la melancolía de la época y no es si no otro mensaje para que tengamos muy claro cuándo y en qué circunstancias se ha filmado. Y los habitantes del pueblo reflejan a la perfección el carácter escéptico republicano ante los desconocidos.


Gran retrato de la inestabilidad mental y el desasosiego, desde el cine de género pero con una perspectiva muy madura y sin juzgar. A ello contribuye la formidable interpretación de Zohra Lampert, que retrata a la perfección a una mujer extremadamente sensible y llena de vida que ve como su cordura corre peligro y que en todo momento consigue que nos olvidemos de las carencias técnicas del film. El final, sobre todo, despunta la falta de recursos, pero está bien resuelto logrando una enorme estado pesadillesco. No deja de ser un relato gótico de terror psicológico con localizaciones siniestras, incluso noir mezclado con melodrama de exploración de la generación hippie pero con un toque psicodélico sin llegar al surrealismo con algo de influencias de "Vampyr" (1932) de Carl Theodor Dreyer. A veces el cine de terror produce pequeños tesoros. Este es uno de ellos.


"Let's scare Jessica to death" (1971). Dirección: John Hancock.

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