lunes, 27 de junio de 2016

Miradas: "La gente del arrozal" de Rithy Panh.

El realizador Rithy Panh, el más importante cineasta camboyano, ha recibido durante estos días el Premio Luna de Valencia y ha presentado su retrospectiva en Cinema Jove. El prestigioso autor de películas como "La imagen perdida" (2013) y "S-21: la máquina de matar de los Jemeres Rojos" (2003), ha mantenido encuentros con el público durante su visita al festival valenciano. El realizador perdió a toda su familia bajo el genocidio perpetrado por los Jemeres Rojos en Camboya, con tan sólo 13 años. 

Logró escapar a Tailandia, donde permaneció en un campo de refugiados. Panh permaneció recluido en un campo de rehabilitación del Khmer Rouge hasta que huyó a Francia, cursando estudios cinematográficos en París, donde logró rehacer su vida. Su cine, su compromiso frente al genocidio y la crítica socio-económico-cultural de su patria han contribuido a cimentar la figura de Panh como referente moral en la recuperación de la memoria cultural, artística y social que el régimen de Pol Pot intentó arrasar. 


Rithy Panh se inspiró en la novela "Las trampas del camino", de Shanon Ahmad. "La gente del arrozal", de 1994, rodada en 35 mm, es una de sus obras más sólidas, aunque realmente no sería la expresión más adecuada para definir la película ante su filmografía porque toda ella muestra una gran solidez. Narra la historia de Vong Poeuv (Mom Soth), de su mujer Yim Om (Peng Phan) y de sus siete hijas. Una familia, como al igual que toda la aldea, diezmados por el holocausto del gobierno de Pol Pot y el Khmer Rouge. El cultivo del arroz es lo que da sentido a las vidas de esta familia camboyana dentro de un panorama poco esperanzador dado que la tierra es pequeña y la familia numerosa. El equilibrio es muy frágil y las penurias de la familia se incrementan cuando un incidente banal transforma el ciclo de la vida en un ciclo de muerte. El padre se hiere de manera leve en un accidente laboral, pero esto le traerá graves consecuencias a su familia, ya que su mujer tiene que hacerse cargo de la cosecha. Una tarea que exige gran vigor y responsabilidad dado que las inundaciones ocurren frecuentemente, además de la presencia de una cobra (señal de maldición) que atemoriza a la población. A pesar de las desgracias, la vida sigue.


Esta es la primera película de Camboya que participó en el Festival de Cine de Cannes compitiendo por la Palma de Oro 1994, donde la ganadora fue "Pulp Fiction" de Quentin Tarantino y con Clint Eastwood de presidente del jurado. El mismo año, también fue el primer largometraje camboyano nominado para el Oscar a la mejor película en lengua no inglesa, que finalmente ganó "Quemado por el sol" del ruso Nikita Mijalkov. Pero Panh consiguió demostrar que en Camboya también se hacía cine y de una gran calidad.


El ritmo nunca falla ante las más de dos horas de duración. Se trata de una muestra delicada, exótica y observadora de cine camboyano donde Panh cuenta casi a modo de documental la vida cotidiana de la familia, cuyo sustento depende completamente del arroz (magnífica la manera en la que Panh nos enseña la relación entre los camboyanos y el arroz que les sustenta), con todos los peligros que eso conlleva y logra que el espectador capte el sentir de la aldea. En esta película no encontramos grandes recursos cinematográficos, pero eso la hace más humana y cercana a todos. Un trabajo muy honesto de un cineasta combativo que nos ayuda a entender las dificultades que sufren lugares del mundo a los que no estamos acostumbrados a ver en los circuitos comerciales de cine. Un reflejo necesario para concienciarnos sobre cómo viven estos pueblos lejanos frente a la ignorancia de la sociedad de consumo de las nuevas generaciones. 

Y cabe destacar en este largometraje tan humanista la cautivadora dirección de actores que consigue, sobre todo en los papeles de la madre y de la hija mayor. 



( Rithy Panh)

Fue el primer largometraje de ficción dirigido por Rithy Panhy, que hasta entonces se había abocado a documentales centrados en la actualidad de su país y plantea una metáfora del sufrimiento, angustia, dolor y la ausencia de futuro de su propio pueblo durante y tras el genocidio. Volviendo al tema de Cannes y ya con la perspectiva que da los años, quizás "La gente del arrozal" hubiera sido la justa ganadora.


"La gente del arrozal" (1994). Dirección: Rithy Panh.


miércoles, 22 de junio de 2016

"El hijo de Saúl" de László Nemes.

László Nemes nació en Budapest en 1977 y ejerció durante años como ayudante de Béla Tarr ("Visiones de Europa", "El hombre de Londres"). Entre sus cortometrajes destaca "Con un poco de paciencia" (2006), disponible en YouTube. "El hijo de Saúl" es su primer largometraje. Una parte de su familia fue asesinada en Austchwitz y esta película le ha ayudado a volver a conectar con esa parte de su pasado, con ese capítulo familiar, y rescatarse del desierto que ello provocó en su vida. Nemes contó con la ayuda de la historiadora francesa Clara Royer a la hora de escribir el guión, recogiendo múltiples testimonios y con una gran influencia del documental  de diez horas "Shoah" (1985) del realizador francés Claude Lanzmann. También está inspirada en unos diarios encontrados en Asuschwitz en 1944, que fue un año crucial ya que durante el mismo se produjo el extermino de los judíos húngaros en Auschwitz.

No hay que considerar a "El hijo de Saúl" como una simple película más sobre el Holocausto. Aunque se trate de una temática muy quemada en el cine dramático aquí observamos la fatalidad de los campos de concentración de una manera muy peculiar y personal, una perspectiva única y asfixiante. La experiencia del mal y la experiencia de estar en el infierno. Bien es cierto que el cine ha ayudado a que el ser humano conozca la magnitud de esta catástrofe y aquí el realizador consigue aterrarnos aún más sobre algunos de los peores momentos del siglo XX, en una angustiosa cinta sobre la realidad de los campos de concentración de los nazis. Pero lo hace de un modo muy particular que hace al largometraje distinto a otros que abordan el mismo tema.


La acción nos trastada al año 1944, durante el terror inhumano del campo de concentración de Auschwitz, donde un prisionero judío húngaro llamado Saúl Ausländer (Géza Röhrig), miembro de los llamados Sonderkommando (encargados de quemar los cadáveres de los prisioneros gaseados nada más llegar al campo y posteriormente limpiar las cámaras de gas, antes de ser eliminados ellos también), encuentra un atisbo de supervivencia moral al intentar salvar de los hornos crematorios el cadáver de un niño que toma como su propio hijo a quien pretende darle un entierro digno buscando a un rabino que le rece el kadish. Una oportunidad para Saúl, un jugador más dentro de un teatro del horror, de darse cuenta de que todavía sigue siendo un ser humano. 

Desconocemos si realmente es su hijo y la película no lo revela, aunque la obsesión del personaje podría darnos a entender que se trata de un padre que se ocupó poco de él en vida, pero también podría tratarse del hijo que nunca tuvo. Lo dicho: este factor poco importa. Lo realmente significativo es el gesto de Saúl. 


Desde el inicio de esta impactante ópera prima observamos cómo Nemes utiliza la cámara en unos planos cortos del protagonista andando que mientras mantiene desenfocados a los demás personajes, e incluso a los cadáveres que se van sumando a la tragedia. La película está enfocada desde el punto de vista del miembro del Sonderkommando. La cámara está siempre encima del personaje lo que nos traslada a Gus Van Sant o al propio Béla Tarr. Observamos las tareas que los Sonderkommando realizan a diario de una manera muy real pero las imágenes de barbarie siempre en segundo plano. Aquí no se trata de reflejar una historia de supervivencia, sino de visionar una fábrica de asesinatos en un ambiente infernal como nunca se ha hecho, de manera difusa y con muertes fuera de plano. También con los múltiples movimientos de ayudan a visionar la agitada actividad de los campos de concentración nazis, en especial los hornos crematorios, destacando el gran trabajo de dirección de fotografía de Mátyás Erdély. Imágenes que conmocionan.



El uso de la cámara ayuda al espectador de una manera admirable a entender el drama y también confraternizar con el protagonista y entenderlo ya que en el encuadre solamente está nítido lo que aparece en un primer plano, casi siempre el rostro de Géza Röhrig. Como espectadores no vemos en pantalla lo que sucede fuera de campo debido al desenfoque de la cámara, recurso que en ningún momento agota, pero sí somos capaces de reproducirlo en nuestra mente. El espectador percibe el horror. No obstante se abre el debate de lo que debe o no debe representarse en el cine.

"El hijo de Saúl" contó con un presupuesto ajustadísimo de poco más de millón y medio de euros, rodada en 35 mm (a Nemes no le gusta lo digital), con poco más de ochenta planos y sus premios son incontables, incluyendo el Gran Premio del Jurado y el premiro FIPRESCI en Cannes, así como el Oscar a la mejor película de habla no inglesa. Una vez más, nos encontramos ante un ejemplo, con esta insólita y arriesgada propuesta, de que se puede hacer cine de inmensa calidad sin tener que recurrir a costes desmedidos.


"El hijo de Saúl" (2015). Dirección:  László Nemes.

domingo, 19 de junio de 2016

Miradas: "Tras el cristal" de Agustí Villaronga.

“Tras el cristal” fue estrenada el 3 de marzo de 1987 tras algunos problemas de censura y está considerada la obra maestra de Agustí Villaronga. Sin lugar a dudas lo es. Y también una película clave dentro de los años ochenta. Supuso la primera incursión en el largometraje del realizador mallorquín, tras haberse encargado de la dirección de tres premiados cortometrajes en un largo periodo de diez años que comienza en 1976 con el rodaje de "Anta mujer" a las que siguieron "Laberint" y "Al Mayurka". Estos cortometrajes asentaron las bases de algunos de los temas presentes en la filmografía posterior de Villaronga, como las tradiciones, el pasado o la mística. 






Esta elegante e inquietante ópera prima cuenta la historia de un sádico abusador de niños, Klaus (Günter Meisner), paralizado y dependiente de un pulmón de acero para vivir. Inspirado en la verdadera historia del siglo XV del caballero francés Gilles de Rais, quien sentía una predilección insana por los niños y los adolescentes. Sus crímenes no tuvieron límites, hasta el punto de que se le atribuyen nada menos que el asesinato de 200, incluso puede que más.





Sobre el depravado Gilles de Rais, un mariscal de Juana de Arco, una persona que supuestamente luchaba por la fe en Dios, los historiadores afirman que su primer crimen lo cometió con el propósito de realizar un pacto con el Diablo para lograr sus favores. Sin embargo, tras cortarle las muñecas a la víctima, sacarle el corazón, los ojos y la sangre, ni se le apareció Satán ni logró trasformar el metal en oro. Lo único consiguió fue descubrir inclinación secreta: violar, torturar y asesinar a niños de manera implacable.

A partir del verano de 1438 dieron comienzo una serie de extrañas desapariciones de algunos chicos de Nantes, así como de los pueblos cercanos, y la mayor parte, sucedían en lugares próximos a la mansión del barón de Rais. El caballero incluso hacía entrar en su morada a algunos de los jóvenes mendigos que pedían limosna frente al puente levadizo del castillo, que posteriormente eran retenidos en contra de su voluntad por sus servidores, torturados, violados y desmembrados. La sangre y otros restos de sus cuerpos eran conservadas para propósitos mágicos.

El propio Gilles llegó a confesar como gozaba visitando la sala donde los muchachos eran a veces colgados de unos ganchos. Tras escuchar las súplicas de algunos de ellos y ver sus múltiples contorsiones, el barón fingía espanto, les cortaba las cuerdas, les abrazaba con ternura y les secaba las lágrimas de manera reconfortante. Pero pronto, una vez se había ganado la confianza de los jóvenes, sacaba un cuchillo y les segaba la garganta hasta matarlos, tras lo cual procedía a violar el cadáver con una maldad totalmente fría y aterradora.


Tras ser capturado por órdenes del Duque de Bretaña y ser sometido a todo tipo de torturas para que confesase sus macabros crímenes, el vicioso Gilles aceptó por voluntad propia todos los cargos que se le imputaban e incluso confesó que se había deleitado mucho con su degeneración, a veces cortando él mismo la cabeza de un niño con un cuchillo o una daga, y otras golpeando a los jóvenes hasta que murieran con un palo y besando apasionadamente los cuerpos muertos, fascinado con aquellos que tenían los rostros más hermosos y los miembros más atractivos. Se atrevió a afirmar ante los magistrados que su mayor placer era sentarse en sus estómagos, observar su sufrimiento y ver como lentamente.

Villaronga se basa en el sádico barón y lo convierte en un exnazi, un médico cuyo puesto en tiempos de guerra en un campo de concentración le permitió cometer los delitos sexuales más atroces contra los niños y trabajar en terroríficos experimentos infantiles. Terminada la guerra, se exilió de Alemania y se trasladó a vivir de incógnito en España, pero fue presa de nuevo de sus deseos depravados continuando su carrera como pederasta asesino, hasta que la vergüenza y la angustia lo conducen a un intento de suicidio fallido como posible redención de sus crímenes al arrojarse desde una torre después de torturar y matar a otro joven, en una tétrica secuencia inicial.


Ahora, confinado a su habitación de una apartada casa de campo, se mantiene vivo en un pulmón de acero, atendido por su resentida e insatisfecha esposa Griselda (Marisa Paredes) y por su hija Rena (Gisela Echevarina). En este entorno aparece Angelo (David Sust), un extraño y apuesto joven que ofrece sus servicios como enfermero del exnazi pese a la oposición de su esposa. A partir de aquí comienza una enfermiza relación entre el pedófilo Klaus y Angelo cada vez más macabra. Pero...¿quién es Angelo realmente?

La película, que plasma la maldad del ser humano de una manera sombría y tenebrosa, mostrando una seguridad y una valentía tremendas de Villaronga ante la cámara, se presentó en el certamen oficial del festival de Berlín de 1986, donde recibió buenas críticas a pesar de que fueron muchas las voces que acusaron al mallorquín de macabro, sádico y filonazi. Cabe reseñar que a Villaronga le repugna la violencia tanto física como psicológica pero cree en la necesidad de representarla. Aún así un espectador italiano, tras la proyección de la película, llamó a Villaronga “porco assassino” al mismo tiempo que le propinaba un puñetazo. El rodaje incluyó algunas anécdotas cercanas a lo sobrenatural, como la ceguera transitoria que sufrió el actor Davisd Sust o el derrumbamiento de una de las galerías de la casa que produjo que cayera un enorme trozo de cristal cerca de la productora del largometraje. Incluso en una parte de la vivienda no se pudo filmar ya que siempre sucedían extraños problemas. Villaronga afirma que en el jardín de la casa encontraron un tipo de hongos alucinógenos populares por estar presentes en algunos aquelarres.


Cabe resaltar el excelente trabajo del director de fotografía Jaume Paracaula, con el que Villaronga ya había trabajado en sus cortometrajes. Paracaula consigue unos encuadres magníficos y una iluminación exquisita además de una ambientación y una potente atmósfera cargada de un misterioso simbolismo. En las paredes de la vivienda siempre predomina el azul, color de los ojos de todos los personajes excepto los de Angelo, que contienen un negro estremecedor. Encontramos influencias de "Arrebato" (1979), la vanguardista cinta de Iván Zulueta sin duda otro referente dentro del cine fantástico español al igual que "Tras el cristal", y es que no son pocas las similitudes entre el personaje de Angelo y el inquietante papel de Will More en la obra cumbre del ya fallecido realizador de Donostia.



Una película bellamente filmada y que trata el tema de la tortura y sus consecuencias de una manera admirable, profundamente desconcertante, no recomendada para los más aprensivos y que combina una variedad de géneros como arte y ensayo, drama, thriller psicológico y giallo. Independientemente de su contenido la forma en la que se presenta es brillante. Pero además "Tras el cristal" es mucho más que eso. Es una obra de arte transgresora que nos hace pensar sobre lo que estamos viendo. El largometraje no debe tomarse a la ligera y logra sacudir todos los sentidos con su atmósfera opresiva y perturbadora, inquietando al espectador de un modo escalofriante y observando en primera persona los ojos del fascismo así como el lado más oscuro del ser humano y la perversidad sexual. Un examen sin fisuras de la tortura de niños, violación y asesinato así como un retrato psicológico de la maldad. Las actuaciones son sobresalientes, de una credibilidad espeluznante, destacando la del joven Sust, que consigue estremecer al espectador obteniendo por méritos propios un puesto destacado dentro de los mejores personajes del cine de género patrio. 

"Tras el cristal" es una bordada radiografía del horror y del martirio físico que muestra ficticios hechos aterradores donde se dan lugar extraños y macabros sucesos que, si miramos atrás (y también al presente) no cabe la menor duda que bien podrían haber sido reales.  Por lo tanto queda justificada la visión de Villaronga ante la violencia y la parte sucia de la humanidad, que parece no tener fin en el mundo en el que vivimos actualmente. 



Se trata de una obra maestra incuestionable, insólita, valiente, extraordinaria, revolucionaria (por su forma de abordar las consecuencias del Holocausto), que nos traslada a lugares brutales y a la vez reflexivos, capaz de atrapar al espectador y no dejarle escapar hasta su final.



"Tras el cristal" (1987). Dirección: Agustí Villaronga.

jueves, 16 de junio de 2016

"Todos los caminos de Dios" de Gemma Ferraté.

“Entonces Judas, el que le había entregado, viendo que era condenado, devolvió arrepentido las treinta piezas de plata a los principales sacerdotes y a los ancianos, diciendo: Yo he pecado entregando sangre inocente. Mas ellos dijeron: ¿Qué nos importa a nosotros? ¡Allá tú!

Y arrojando las piezas de plata en el templo, salió, y fue y se ahorcó”.

Mateo 27:3-5 

“Todos los caminos de Dios”, la historia de los tres últimos días de un arrepentido, es el primer largometraje en solitario de la directora Gemma Ferraté dentro del sello independiente Niu d’Indi. Marc García Coté ("El sexo de los ángeles"), Oriol Pla ("Animals", "Truman") y Jan Cornet ("La piel que habito") en una breve intervención protagonizan esta cinta coescrita por la directora y por el guionista Eduard Sola ("Barcelona, noche de invierno").


Cuenta la historia de los últimos tres días en la vida de un Judas Iscariote trasladado al siglo XXI, un hombre que huye de su propia culpabilidad después de traicionar a su mejor amigo.  La traición le conduce a un enorme dolor y el dolor a vagar totalmente perdido. Ahogado por su culpa, se adentra en un bosque donde se reunirá con un joven misterioso de su misma edad, aparentemente un senderista, que lo acompañará en su arrepentimiento y penitencia, lo cual le ayudará a lidiar con sus sentimientos, con la comprensión de su culpa y cómo finalmente hacer frente a ello. 

La ópera prima de la directora, nos ofrece una visión contemporánea, a ritmo de road movie, y muy realista del destino final de Judas, ambientada en la actualidad (deducido por las vestimentas de los protagonistas). El acertado formato 4:3 ayuda a magnificar la opresión del personaje. Los movimientos de cámara la acercan en ocasiones al movimiento Dogma y sirven para mostrarnos la desesperación del personaje central en un paraje naturista. Observamos como la directora aprovecha al máximo todos los elementos que la naturaleza puede ofrecerle mostrándonos grandes paisajes expresivos e imágenes muy sugestivas.


Ferraté traslada a un contexto actual una historia universal y lo hace perfectamente. Comienza de una manera magnífica con el beso de Judas (Marc Garcia Coté) a Jesús (Jan Cornet) en un contexto atemporal dentro de lo que parece ser un cielo. Judas inicia a partir de aquí un viaje con una tremenda ansiedad debida a un terrible sentimiento de culpabilidad debido a la traición. 

Los silencios y la música se unen de manera notable en el acompañamiento de Judas y su extraño nuevo amigo hacia un viaje desconocido. Su enigmático acompañante contrasta el tormento de Judas con su amabilidad y dulzura a la vez que una extraña ambigüedad. Resulta cautivadora la manera en la que Ferraté nos muestra las diferencias entre el amor, el romance y la amistad en una escena muy emocional en el río rodada con una elegancia formidable.  

A pesar de que ambos hablan de nimiedades en su camino, el espectador observa la evolución de un Judas existencial de una manera muy emotiva. Muy grande Marc García Coté interpretando a un hombre incapaz de asumir su error.


Sincera, emocionante, con una gran carga emocional, poética y simbólica que nos invita a la reflexión sobre el arrepentimiento, las dudas de nuestros actos, el dolor, la traición entre amigos y la tristeza que provoca esperar el perdón de alguien querido a quien hemos herido. Brillante y sensible, es una muestra más de que el cine español está en un momento espléndido en cuanto a calidad de las películas independientes. Se agradecen estos nuevos caminos para el cine español y que una realizadora acepte llevar a cabo esta propuesta tan valiente e innovadora, con una forma de filmar fuera de lo común y logrando una propuesta estética sensacional.


"Todos los caminos de Dios" (2014). Dirección: Gemma Ferraté.

martes, 14 de junio de 2016

Miradas: "Out of the blue" de Dennis Hopper.

Considerada por Roger Ebert una obra maestra. Nominada en el festival de Cannes (donde se recibió con alabanzas y su protagonista sonó como favorita al premio a mejor actriz). El crítico Jonathan Rosenbaum la incluyó en una de las quince mejores películas de los años ochenta. Prohibida en UK hasta 1987. Injustamente fracasó en taquilla lo cual la hizo directamente una película de culto. 


El filme supone una reivindicación total de Dennis Hopper, donde el espíritu indie de John Cassavetes está presente en cada una de sus escenas. Una manera de rodar y una planificación brillantes en una película totalmente diferente a cualquier cosa que se haya visto en el mundo del cine. A pesar de que todavía nos preguntamos qué demonios estaría pensando Hopper cuando la realizó, el filme contiene algunos de los mejores momentos de la historia del celuloide. Tal cual.

Puro nihilismo punk que no necesita de su música como banda sonora para reflexionar sobre su generación. Se centra en la triste historia familiar de Cebe, una joven rebelde y problemática, interpretada por Linda Manz, interesada ​​sólo en Elvis Presley y la música punk, así como su ex-convicto padre Don Barnes (Dennis Hopper), y su muy nerviosa madre Kathy (Sharon Farrell). Dos progenitores totalmente a la deriva. El padre, según Dennis Hopper, "es en lo que se habría convertido el personaje de Easy Rider diez años más tarde". 


Cebe, de quince años, incorregible, segura, va en coche con su borracho padre cuando este mata en un accidente a todos los pasajeros de un autobús lleno de niños vestidos (irónicamente) con disfraces de Halloween. A partir de aquí Cebe no es capaz de divisar la línea que separa la postura punk del peligro real y solamente le interesa escuchar a Elvis y a los Sex Pistols. Su drogadicta madre, que no se corta un pelo a la hora de coquetear con su jefe, se queda al cuidado de ella hasta que su padre sale de la cárcel en una celebración hipnótica digna de presenciar. Con el padre fuera de la prisión las borracheras y el sexo sórdido aumentan al igual que lo hace la disfunción familiar pues sus padres descargan sobre ella toda su frustración. El personaje de Hopper no muestra ningún remordimiento por el accidente que le llevó a la cárcel (en un momento dado incluso tiene una pelea con el padre de una de sus víctimas), ni tampoco ningún esfuerzo para mejorarse a sí mismo después de la liberación. Se emborracha en cada oportunidad, pierde su empleo en un vertedero, y abusa de su esposa.


Aunque la escena de las gaviotas en el vertedero es probablemente el momento más memorable de la película y una de las mejores secuencias de la época, en la que la furia de Hopper está presente en cada uno de los fotogramas. 

Fue la primera película que Hopper dirigió desde “The last movie” (1971) y reemplazó en el último minuto al guionista Leonard Yakir, que se iba a encargar de la realización. Estar detrás de la cámara después de tantos años logra que Hopper realice un trabajo fascinante, inigualable, tierno en algunos momentos y absolutamente desgarrador. También invita a que el espectador reflexione sobre el horror que sucede a esta familia.


Un rodaje que, por lo visto, fue un auténtico desmadre, donde las drogas iban y venían al mismo ritmo acelerado con el que se tuvo que rodar "Out of the blue". La película fue realizada en Vancouver y varios iconos de la ciudad aparecen en ella, incluyendo a The Pointed Sticks, una de las principales bandas de punk locales de la época. 

A los ocho días de rodaje el productor Paul Lewis se dio cuenta de que el material filmado hasta la fecha era totalmente inutilizable. Hopper se comprometió a rodarla en un tiempo límite, se centró más en el personaje de Cebe (hasta el punto de que se volvió a escribir la historia completa durante un fin de semana) y le preguntó a su amigo Neil Young por un par de canciones de su último disco. Y es que el título del largometraje está tomado de la canción "My My, Hey Hey (Out of the Blue)". La (mejor) canción de Neil Young, que desgraciadamente años después se haría popular de nuevo por un motivo desagradable como fue el suicidio de Kurt Cobain (parte de su letra figuraba en su nota de suicidio: “es mejor quemarse que desvanecerse”), suena a lo largo de la cinta de manera totalmente enfermiza. 


Supuso uno de los últimos papeles de Raymond Burr (quien interpreta a un terapeuta designado por el tribunal para tutelar a Cebe), canadiense como la película (más tarde renunció a su nacionalidad) y amigo (solamente amigo a pesar de los rumores, pues era homosexual) de Natilie Wood como lo era Hopper. Uno de los papeles principales tenía que recaer sobre Burr, que quedó relegado a segundo plano en la apresurada revisón del guión. La leyenda sostiene que Burr no sabía que no era la estrella de la película hasta que lo vio más tarde en la post-producción, tal vez en la proyección de Cannes.

Linda Marz, suprema y fascinante, con apenas 18 años venía de coprotagonizar “Días de cielo” nada más y nada menos que a las órdenes de Terrence Malick. Una actriz de 147 centímetros, extrañamente aterradora pero con una rara belleza femenina al mismo tiempo, con cicatrices y con cierto carácter áspero que la hacían única. Tuvo una infancia muy difícil que se ve reflejada en “Out of the blue” ya que su padre abandonó el hogar cuando ella tenía dos años y tuvo una niñez dura en Nueva York, según los asistentes sociales que la atendieron. No tardaría mucho en retirarse para volver al cine en 1997 de la mano de Harmnoy Korine en “Gummo” en el que interpretaba a la madre de uno de los personajes principales. A pesar de su escasa filmografía, todos sus papeles han sido alabados por la crítica.


El resto de actores al margen de los cuatro personajes principales no eran profesionales, amplificando las influencias sobre el neorrealismo, Truffaut y la libertad a la hora de filmar. 

La canción "Kill all hippies" del álbum” XTRMNTR” (2000) de la banda de británica Primal Scream, cuenta con una muestra de un diálogo de Linda Manz extraído de la película.


Los estados emocionales que transmite "Out ot the blue", hacen que el espectador observe la autodestrucción de los principales personajes de una manera única. Una cinta cruda, rabiosa pero hermosa como una gran bola de fuego y controvertida para muchos, pero una pequeña maravilla de un gran visionario.


"Out of the blue" (1980). Dirección: Dennis Hopper.

sábado, 11 de junio de 2016

"Los odiosos ocho" de Quentin Tarantino.

Unos personajes con una ética y honestidad dudosas quedan encerrados en una parada de diligencias debido a una gran tormenta. En un ambiente totalmente aislado hay sospechas de que alguien no es quien dice ser. 

Nos encontramos ante una película que estuvo a punto de no realizarse debido a una filtración en Internet del guión original. En enero de 2014 Quentin Tarantino decidió abandonar el proyecto, tras averiguar que el libreto se ha filtrado tanto en Internet como en las oficinas de Hollywood. El director, siempre condescendiente con la difusión de sus propios guiones, se mostró bastante molesto y herido por el furtivo modo en que se había producido la filtración, ya que fue a través de un restringido círculo de actores a los que entregó en persona la primera versión del libreto, ya con vistas a su participación. El realizador llevó el asunto hasta los tribunales denunciando al grupo Gawker Media, a quien reclamó un millón de dólares por la filtración del guión y violación de sus derechos de autor. Sin embargo, un juez del distrito de Los Ángeles desestimó la demanda en abril al considerar que las pruebas presentadas por sus abogados “no lograron establecer una infracción directa”.


El cineasta decidió archivar el guión para después publicarlo en forma de libro, y revisar el proyecto cinematográfico unos cinco años después, sin embargo, en junio del mismo año en la Comic-con, confirmó que sí rodaría la cinta. En enero de 2015 empezó el rodaje después de varios borradores del guión en los que alteró el desenlace original. Comenzó en el tramo de Telluride de las Montañas Rocosas de Colorado.  Elegido por sus deslumbrantes e inmaculadas vistas y enmarcado por altas montañas que durante el invierno boreal se cubren de nieve allí se levantó la Mercería de Minnie, la parada de montaña donde se encuentran “los odiosos ocho”. La tienda se construyó en el rancho familiar Schmid (en Wilson Mesa).

“Cuando llegamos allí, vimos esa montaña (el pico Wilson), y nos imaginamos dónde podía estar la parada, ya no había otro sitio posible”, comenta la productora   Shannon McIntosh. “Las montañas y las vistas de la zona de Telluride son realmente espectaculares. Los álamos temblones que hay allí, que se convierten realmente en otro personaje más de la película, son asombrosos. No podías visualizar encontrar algo así en ningún otro lugar. Telluride fue un lugar verdaderamente extraordinario para rodar la película”.


Tarantino tomó una decisión de riesgo como fue rodar en el formato Ultra Panavision 70 para que los espectadores puedan ver en todo momento donde se encuentran cada uno de los personajes. Empleado por última vez en 1966 en “Kartum” (1966), película histórica-bélica de Basil Dearden y Eliot Elisofon, Ultra Panavision 70 utiliza lentes anamórficas, a diferencia de las lentes esféricas tradicionales, para poder crear una excelente relación de aspecto panorámica de 2.76:1. El formato Ultra Panavision 70 no se había usado hasta ahora más que en unas pocas películas, como “Rebelión a bordo” (1962) de Lewis Milestone, “El mundo está loco, loco, loco” (1963) de Stanley Kramer, “La historia más grande jamás contada” (1965) de George Stevens y “La batalla de las Ardenas” de Ken Annakin (también de 1965).

“El formato de 70 mm era perfecto para captar este inhóspito paisaje del Oeste, la nieve y la belleza de esos escenarios naturales”, opina Tarantino, quien indica que el formato incluso aporta intensidad a los interiores de la cinta. “Creo que estos grandes formatos ofrecen más intimidad. Puedes estar más cerca de los personajes. Podía acercarte más e invadir la intimidad de los personajes con su grandeza. No creo que sea un formato pensado únicamente para crónicas de viajes”.

Western de misterio sería la calificación más adecuada para descifrar el verdadero género de la octava película de Quentin Tarantino, donde manipula de nuevo a su manera la memoria histórica. Sin embargo su cine no tiene ningún tipo de límites y sus referencias se multiplican. La mayor influencia en el guión quizás podemos encontrarla en “Diez negritos” de Agatha Christie cuya adaptación de 1965 es la preferida del director. Ocho personajes incomunicados en una taberna. Pero su mayor seña es el comienzo donde un carruaje pasa cercano a una cruz al igual que en el largometraje de George Pollock. Grandioso comienzo el de “Los odiosos ocho” donde no conocemos las dimensiones de dicha cruz hasta que la diligencia pasa por su lado. 


También nos recuerda en cierto modo a “Asesinato en el Orient Express” aunque el código moral de los cazarrecompensas parece sacado de “El gran silencio “(1968) de Sergio Corbucci y el aislamiento de los protagonistas (además de la presencia de Kurt Russell) nos lleva a “La cosa” (1982) de John Carpenter. El comienzo de la película, que transcurre en una diligencia, parece influenciado por “La diligencia” (película que respeta Tarantino pese a no ser un gran fan de John Ford). En “Los cautivos” (1957) de Budd Boetticher  se adaptaba al escritor Elmore Leonard, el más idolatrado narrador de Quentin Tarantino. “Cayo Largo” (1948) de John Huston maneja la reclusión geográfica y el aislamiento meteorológico como si se tratase de un personaje más de la película, obligando totalmente a las víctimas a convivir en un lugar cerrado con los criminales, borrando así todas las líneas divisorias entre ambos bandos.

Por primera vez una película de Tarantino cuenta con una banda sonora original, encargada nada más y nada menos que al maestro Ennio Morricone, quien trabajó sobre variaciones de temas ya utilizados. La banda sonora no interfiere en la trama pero sí le da tonos grotescos e incluso infernales (el comienzo) o evocadores (la carta de Lincoln).

La conexión con Morricone va más allá de la música. Hay elementos del giallo en “Los odiosos ocho”, género que muchos fans esperan que trabaje alguna vez el director de Knoxville. Tarantino siempre ha manifestado su fascinación por el género, y uno de sus máximos exponentes es “El pájaro de las plumas de cristal” (1970) de Dario Argento (que además comparte autor de banda sonora con “Los odiosos ocho”).


La película arranca en exteriores y en movimiento. Tarantino cultiva multitud de planos que enriquecen de manera soberbia el comienzo sin importarle reglas obsoletas como cambios de eje. Durante una gran nevada el carruaje va recogiendo pasajeros y los lleva hasta un lugar recluido donde se encuentran con otros personajes totalmente impredecibles cuya astuta definición narrativa ayuda a que la resolución del enigma sea complicada por parte del espectador.


Pero las interpretaciones son el punto más débil de la película. Excepto un portentoso Walton Goggins el resto de actores regalan muy poco carisma a sus personajes. La única mala conocida al principio de la historia, Daisy Domergue (interpretada por Jennifer Jason Leigh), no logra trasladarnos esa sensación de que estamos ante la gran villana que se supone que es. El que se debería haber sido uno de los momentos cumbre de la cinta, cuando Daisy toca la guitarra, carece del atractivo suficiente como para advertirnos de que algo gordo va a pasar a continuación, que es su propósito. Excepto Jennifer Jason Leigh y Demián Bichir (precisamento los dos que tocan instrumentos en el filme) el resto de intérpretes eran de confianza de Tarantino pues había trabajado anteriormente con ellos, pero encargar a Samuel L. Jackson el rol principal es un error pues no cumple con el papel de distinguido y amenazante investigador.


No obstante pocos realizadores logran alcanzar el hito de conseguir una obra tan asfixiante con una propuesta prácticamente teatral en un ambiente cerrado. En su momento Howard Hawks y Alfred Hitchcock, y que se encuentren en activo Roman Polanski o Michael Haneke. Y a pesar de los contras interpretativos podemos observar la progresión de Tarantino como guionista, que había decaído en sus últimas entregas, aunque sería de agradecer una estructura más ajustada para "Los odiosos ocho". Su excesiva duración no está justificada ante un planteamiento de más de cien minutos para luego pasar a un auténtico festival sin ningún tipo de límites, donde conviven múltiples géneros cinematográficos, de una forma soberbia, eso sí. Y da la sensación de que el espectáculo podría haber continuado si Tarantino no se enfrentara a las barreras comerciales de hacer un largometraje de más de tres horas. El desmadre se hubiera prolongado sin acotación. Auténtico jolgorio y orgía visual donde habitan todas las influencias del realizador de una manera magistral. Todo un festejo sin fronteras. Eso sí, esperemos que en su próxima entrega recorte también esos absurdos discursos eternos que bordan el delirio.


"Los odiosos ocho" (2015). Dirección: Quentin Tarantino.

domingo, 5 de junio de 2016

"La invitación" de Karyn Kusama.

De unos años a esta parte hay una nueva tendencia dentro de la crítica cinematográfica, sobre todo dentro del cine de género, que se dedica simplemente a contar la película con todo detalle, atreviéndose incluso a desvelar su final. Este hecho no solamente se da en prensa tanto escrita como digital, sino en otro tipo de publicaciones como antologías del cine fantástico o libros sobre largometrajes de terror.


Un ejemplo. A estas alturas doy por sentado que todo el mundo ha visto “Los otros” (2001) de Alejandro Amenábar y quien no lo haya hecho mejor que no lea la continuación de este párrafo. Pues bien, cuando se estrenó pocos fueron los que compararon la obra del chileno con cintas como “El sexto sentido” (1999) de M. Night Shyamalan o “Suspense” (1961) de Jack Clayton cosa que hizo que muchos espectadores adivinaran el sorprendente final de la cinta protagonizada por Nicole Kidman. El aficionado al cine de terror no es tonto y deduce más de lo que el crítico puede imaginar, así que no hay que cruzar un límite de hasta donde se puede referenciar y hasta donde no. Hoy por hoy, con internet al frente, “Los otros” no hubiera tenido tanto impacto pues su desenlance habría corrido como la espuma.

Es lícito que películas como “El infierno verde” (2013) de Eli Roth sea comparada con “Holocausto Caníbal” (1980) de Ruggero Deodato. De hecho Roth le dedica la cinta. O afirmar que la saga “Scream” de Wes Craven  tiene semejanzas con la de “Viernes 13” ya que hay subgéneros en los que no hay peligro de semejanza, ya que el espectador busca otra cosa. Slashers, survivals, rape and revenge, canibalismo…son categorías donde el público no está esperando una resolución ingeniosa. Que en muchas ocasiones la hay, ojo, pero donde más las busca el espectador es en el thriller psicológico.

También podemos hablar de atmósferas. Así pues, en “La bruja” (2015) de Robert Eggers desde un principio nos encontramos con una familia aislada al igual que sucede en “El resplandor” (1980) de Stanley Kubrick. Somos conscientes de dicho aislamiento desde un principio.


Sin embargo, en largometrajes que manejan otros códigos, los símiles pueden perjudicar la percepción del mismo. Las comparaciones que la crítica ha hecho con “La invitación” la han dañado tanto que su audiencia más avispada ha podido conocer el final simplemente con leer el título de una película reciente con la que la han relacionado. 

Así pues, es mejor llegar a “La invitación” sin haber leído nada sobre ella. Dejarse llevar por los acontecimientos y ver hasta donde conducen, si es que llevan a algún rincón oscuro o simplemente son paranoias de su protagonista.

“La invitación” comparte con “La bruja” no solamente ser una de las sensaciones del cine de género de la temporada, sino que ambas tienen como punto de partida al luto. Eso sí, con distinto tratamiento cada una. En esta cinta premiada en Sitges con el máximo galardón y dirigida Karyn Kusama (realizadora de la polémica por sus malas críticas pero bastante reivindicable “Jennifer's Body”) una reunión de amigos se convierte en una pesadilla para uno de los invitados. ¿Son reales sus intuiciones, son paranoias, son fruto del dolor, son resultado de su pena? Hasta aquí es conveniente no desvelar nada más de la narración.


En Sitges, Kusama competía nada más y nada menos que con Takeshi Miike, Sion Sono y Kiyoshi Kurosawa, el tailandés Apichstpomg Weerasethakul, la genial “The Final Girls” de Todd Strauss-Schulson  y el belga Alex Van Warmerdam (que triunfó el el certamen de 2013 con “Borgman”). El premio fue bastante cuestionado, pero “La invitación” es una gran película que se une a la tendencia de cine de terror de alta calidad realizado por mujeres (“Good Night Mommy”, “The Babadook” y “A girl walks home alone at night” son buenos ejemplos de ella) en una industria y en un género acusados siempre de machistas. No obstante, no es la primera ver que una película dirigida por una mujer lidera el festival. Por ejemplo, "Survellance" de Jennifer Lynch (hija de David y habital del festival) ya lo hizo en el año 2008 donde presidía el jurado el gran Umberto Lenzi.

Aunque “La invitación” tiene un punto débil que es mejor no nombrar, y es aquí donde la crítica ha expuesto, quizás sin quererlo, la solución de esta intriga, es una película admirable con grandes interpretaciones, sobre todo de su protagonista Logan Marshall-Green, quien está prácticamente presente en todas las escenas. También ayuda el espacio reducido donde ocurren los acontecimientos, que llevan al espectador a compartir la paranoia del actor estadounidense.



"La invitación" refleja las distintas maneras de combatir el sufrimiento humano, el dolor y la pérdida. Kusama se desenvuelve muy bien a la hora de planificar en un ambiente limitado dentro de este intenso thriller psicológico donde poco a poco va aumentando la tensión. Su lentísimo desarrollo es lo que logra su punto fuerte.


"La invitación" (2015). Dirección: Karyn Kusama.