martes, 27 de diciembre de 2016

"Théo & Hugo, París 05:59" de Jacques Martineau y Olivier Ducastel.

Las 05:59 horas parecen ser como las 12 de la noche para la Cenicienta. Cuando las campanadas suenan y la muchacha tiene que abandonar a su príncipe para volver a su monótona rutina. Cuando todo puede acabar. Cuando sabremos si Théo y Hugo deciden quedarse juntos o bien seguir cada uno su camino. Y es que de eso se trata, de saber si el dúo sellará su amor a primera vista o todo acabará como el rosario de la Aurora. Las dos opciones son posibles, y Jacques Martineau y Olivier Ducastel son muy astutos y no nos lo muestran hasta la última escena. Y la resolución es algo más que sorprendente. La que parece ser la futura pareja perfecta se enfrenta a una amenaza bastante potente que puede romper en pedazos su porvenir. La inquietud que genera en los espectadores avanza a medida que avanza la trama. 


Pero hay mucho más allá en "Théo & Hugo, París 05:59" que una historia de amor. También más allá del contenido sexual de las imágenes de la explosiva primera secuencia en un sex bar (un cuarto oscuro, vamos) donde los realizadores se las apañan de manera muy agraciada e incluso algo onírica para exhibir un enamoramiento en plena orgía. Que nadie se asuste con su comienzo fulminante y explícito ya que todo es pura poesía.



Las imágenes son importantes pero también los diálogos. Son vitales, de hecho. Es una película donde lo que se dice está totalmente equilibrado con lo que se ve. Y ahí está su punto fuerte que salva a la cinta de ser un puro exploit queer. Nada que ver con eso y nada más lejos de la realidad. 



La película se rodó en quince días, incluyendo nueve noches, con un presupuesto muy reducido. En el guión original la acción transcurría en 28 días, pero finalmente se optó a que ocurriera en tiempo real. De hecho vamos viendo el reloj hasta que llega a las 05:59 horas durante sus 90 minutos de duración. Vemos una noche de París diferente, colorida a base de neones y muy poco transitada. Quizás de igual que se trate de París, ya que en este caso la ciudad no es un protagonista más. la pareja deambula por ella pero podría tratarse de cualquier otra ciudad. Quien sí tiene un gran protagonismo es el VIH ya que supone el detonante de la trama. El virus irrumpe en la narración y se mantiene hasta que finaliza la obra. Un trabajo muy comprometido, por cierto. Estamos ante uno de los mejores largometrajes románticos del año que no debe pasar desapercibido.




"Théo & Hugo, París 05:59" (2016). Dirección: Jacques Martineau y Olivier Ducastel.

viernes, 23 de diciembre de 2016

"The Neon Demon" de Nicolas Winding Refn.

Ha hecho bastante ruido. ¿Poesía o infamia? ¿Belleza o atrocidad? La aparición de la nueva película de Nicolas Winding Refn no ha dejado indiferente a la nadie. Las opiniones se han polarizado completamente en los dos extremos de la escala. Para unos, la obra es densa, innovadora, bien argumentada, coherente con el estilo del realizador, contenedora de un encanto visual tremendo y demoledor. Otros, en el polo opuesto, piensan que el danés ha dado un paso abismal hacia el vacío aportando un trabajo presuntuoso, frívolo, opaco, fijándose en cambios muy concretos que le llevan a un puro narcisismo estético.


Así pues, ¿quién tiene razón? ¿Quien expone la profundidad de su mensaje simbólico o quien expresa de forma vehemente su desacuerdo manifestando una egolatría gigantesca que solamente satura con su recargada iluminación? ¿Puede que ambos bandos estén en lo cierto?

"The Neon Demon" es un largometraje complejo y es un error juzgarlo como un mero artilugio estético. Detrás de una temática tan simple y universal como es la belleza como ideal inalcanzable plenamente, el culto total al cuerpo y la obsesión por el inapelable paso del tiempo (que tan bien delineó Oscar Wilde en su única novela, "El retrato de Dorian Gray"), Winding Refn pretende invitarnos a la reflexión con un colorido arte grotesco y pesadillesco. 


Bien es cierto que se trata de un trabajo egocéntrico que pretende en todo momento incomodar al espectador. Pero ese su objetivo. No dejarlo indiferente. Y lo hace sin apartarse de su lado autoral pues en cada plano reconocemos su firma.

El director ha escogido el mundo de la moda (su intención era hacer una historia de terror acerca de la belleza) para mostrarnos con sus hipnóticas imágenes una realidad donde el ser humano ha sido engullido por la ambición que podría trasladarse a cualquier otro empleo o universo. El trabajo es un mundo hostil donde en ocasiones se premian valores no muy éticos. Cualquier elemento novedoso supone una amenaza para algunos miembros de la plantilla que son capaces de asolar a las frescas incorporaciones aptas para desarrollar sus quehaceres. Ojito también con estos nuevos empleados que vienen pisando fuerte y no son menos peligrosos. Así pues, los entornos empresariales se convierten en una especie de guerra civil donde todo vale. ¿Quién no ha vivido alguna vez una situación así? La atención está puesta en el mundo de las maniquís, pero podrían tratarse de jornaleros de diferentes ámbitos, sobre todo creativos y artísticos. La historia de Jesse en Los Ángeles bien podría ser la de una principiante actriz en Madrid o en cualquier otra parte. Sus rivales, jóvenes pero ya veteranas, la ven como el enemigo a batir y pondrán todo su empeño en conseguirlo.


A partir de esta premisa la locura visual y narrativa comienza con un soberbio ejercicio de cámara (o más bien fotografía). El principal problema es que "The Neon Demon" no consigue superar en ningún momento a sus referentes. Ni a "Suspiria" (1977) de Dario Argento, ni a "El valle de los placeres" (1967) de Russ Meyer, ni a "La matanza de texas" (1974) de Tobe Hooper por citar los más obvios. Pero hay más. Obras de John Peyser, Paul Morrissey, Alejandro Jodorwsky, Donald G Jackson y Jerry Younkins, Gaspar Noé, Andy Milligan, Billy Wilder, David Lynch, Roman Polanski, Paul Verhoeven y Mario Bava se unen en un collage cuyo resultado final no logra sobrepasar a ninguna de sus piezas individuales. No obstante el acabado tiene mérito y si en "Solo Dios perdona" (2013) maquinaba con un complot argumentativo, aquí descubrimos una parábola que huye de la abstracción, a pesar de sus excesos, logrando un relato más que digno no muy difícil de descifrar. Y es que a partir de la escena en que una de las celosas modelos "veteranas" muerde a la debutante ya observamos que esta última se va a encontrar con siniestras adversidades en su camino a la fama. 

Aunque el verdadero terror se consigue a base de atmósferas, a pesar de que estas contienen notables estridencias. Las escenas más explícitas no se extienden como lo hacían en "Suspiria" (donde un de los asesinato duraba como diez minutos). Al gran trabajo de fotografía se le unen unas interpretaciones muy frías e inexpresivas totalmente impuestas pero muy conseguidas y nada distantes. Y la banda sonora de Cliff Martínez de nuevo es disfrutable tanto dentro como fuera de la trama, tanto como sustentáculo ambiental como para escucharla tranquilamente en casa. La canción final de Sia en esos maravillosos créditos que suponen un enigma a descodificar quizás sea una de sus mejores composiciones. En resumen, una creación sólida, disfrutable, sin llegar a ser la obra maestra que muchos avalan pero tampoco es únicamente un ejercicio puramente visual.


No podemos considerar a "The Neon Demon" como una obra menor de Nicolas Winding Refn, ni muchísimo menos, a pesar de que no supone para el creador una evolución. Aunque echando vista atrás a su ya dilatada filmografía, si queremos visualizar una creación virtuosa y desconcertada, con una puesta en escena colosal, cabe recomendar ese gran logro que fue "Valhalla Rising" (2009), probablemente su mejor trabajo como autor. Pero esta potente creación es importante porque habla de la sociedad actual y cuestiona no solamente lo que entendemos por belleza, sino también lo que entendemos por ambición. Lo hace de manera muy sofisticada y quizás para muchos muy superficial, pero lo hace (y es enorme la habilidad con la que Winding Refn convierte algo frívolo en algo reflexivo). Se ha hecho en el momento en que se tenía que hacer y refleja el mundo de ese (este) momento. Muy duro.


"The Neon Demon" (2016). Dirección: Nicolas Winding Refn.

miércoles, 21 de diciembre de 2016

Miradas: "Holy Motors" de Leos Carax.

¿Qué sucede cuando el rostro del cine se mira en el espejo y lo que ve es una máscara? ¿Qué ocurre cuando es incapaz de reconocerse a sí mismo? 



Si algo caracteriza al cine del siglo XXI es que, más allá de la estética de las producciones, se ha producido un giro hacia la reflexión que cuestiona cualquier tipo de convencionalismos. Este pensamiento también implica meditar sobre lo que significa el cine y además haciéndolo desde dentro. Por supuesto, esto ha sucedido anteriormente, pero Leos Carax lo eleva hasta límites donde nadie había sido capaz de llegar. Estamos hartos de escuchar que “Holy Motors” es un homenaje al cine y a los actores. Si nos quedamos con esa simple idea no hemos entendido nada. 



Es incuestionable que dentro de este puzzle cinematográfico existe una clara investigación y reflexión histórica, pero no hallamos aquí, en el que probablemente sea el largometraje más importante en lo que va de siglo, ningún tipo de homenaje pretendido. Es más, lo que logra el realizador de “Los amantes de Pont Neuf” es exponer cualquier idea preconcebida que tengamos sobre el cine para acto seguido destruirla edificando un majestuoso artefacto explosivo para demolerla. Una máquina construida a base de espejos rotos donde es muy difícil apreciar el verdadero rostro del séptimo arte. 



Tras guiar a un metamórfico Dennis Lavant por múltiples rincones de París, algunos incluso inaccesibles, Edith Scob baja de la limusina y se pone una careta. Aquello que para la actriz fue un obstáculo en esa gran obra de Georges Franju que es “Los ojos sin rostro” ahora es una liberación. Busca de nuevo esa máscara que cubrió su rostro en el pasado, se la coloca de nuevo, cuestiona toda su vida anterior, se siente cómoda con ella y se aleja. Y nosotros, los espectadores, debemos quitárnosla para admirar sus rasgos, su aspecto, su relevancia. Leos Carax ha matado al cine. El cine muere, para acto seguido revivir. Y nos ha enseñado lo que debe ser el cine después del cine. Muerte y metamorfosis del cine.



"Holy Motors" (2012). Dirección: Leos Carax.

jueves, 15 de diciembre de 2016

"Rogue One: una historia de Star Wars" de Gareth Edwards.

Si algo caracteriza al cine de ciencia ficción contemporáneo es su dinámico montaje en las escenas de acción. Cortes a los dos o tres segundos del plano para estimular la energía del momento. Eso se ha convertido en lo peor de “Rogue One”. 



Jazeb Olssen iba por buen camino cuando trabajó para Peter Jackson en las dos últimas partes de “El señor de los anillos” (2001 y 2002) e incluso en “The lovely bones” (2009). Sin embargo daba signos de torpeza en la saga “El Hobbit” (2012, 2013 y 2014). Algo que parece que no han sabido detectar los responsables de este supuesto spin-off de “Star wars”, que en realidad no es tal pues encaja perfectamente entre dos capítulos de estas space operas. A estas alturas todo el mundo conocerá su lugar cronológico en la historia de los rebeldes contra el Imperio pero mejor no desvelar nada por si acaso.






El acontecimiento más importante del largometraje se ve decapitado por Olssen de un modo cruel. Inadmisblemente, se carga la escena más bella de la cinta en lo que parece ser un desacierto tremendo ante el elaborado acabado visual que contiene desde principio a fin. Algo de lo que ni siquiera muchos espectadores apreciarán, pero que no da pie a gozar del mejor momento interpretativo de los protagonistas, que tras dos horas de metraje logran por fin tener algo de química entre ellos. Y no me refiero a química en un sentido romántico, pues aquí no hay ninguna historia de amor forzada (demos gracias), pero es que el feeling entre la sosísima Felicity Jones y el entregado Diego Luna (el mejor del elenco) es prácticamente nulo. El insuficiente Michael Douglas formaba una perfecta pareja de aventuras con Kathleen Turner tanto en “Tras el corazón rojo” (1984) como en “La joya del nilo” (1985) lo cual demuestra que no hay que ser un impecable actor para compenetrarte con tu pareja en este cine tan enérgico. Douglas aprobó con nota, con notaza, a pesar de ser una de las figuras más sobrevaloradas de Hollywood. Lo mismo sucede con Felicity Jones, que parece que se perdió las clases de expresión del rostro en sus estudios lo cual no le impidió tener una nominación al Oscar en ese anodino biopic que es “La teoría del todo” (2014). ¿Tanto cuesta congeniar con tu compañero de peripecias? 




Este malogro de Olssen no es su única ineficaz hazaña en “Rogue One”. Una de las mejores secuencias de acción, cuando todo el variopinto grupo de rebeldes se une por fin en una nave espacial, se ve mutilada gracias a su trabajo. 

Curiosamente las dos escenas comentadas parecen calcos de los mejores momentos de dos cintas imprescindibles del cine de ciencia ficción de este siglo. La primera está "inspirada" (copiada, vamos) en “Melancolía” (2011) de Lars von Trier, y la segunda en “Interstellar” (2014) de Christopher Nolan. Estas cosas pasan cuando encargas el guión a los responsables de “El profesor chiflado II: La familia Klump” (2000) y “Armageddon” (1998).


No cabe en mi cabeza que esto fuera lo que pretendiera el realizador que nos regaló uno de los momentos más bellos del cine actual, el final de “Monsters” (2010), y sinceramente, Gareth Edwards no se merece eso. Es una pena que Edwards no haya contado para la edición con Bob Ducsay, con quien trabajó en “Godzilla” (2014) quien precisamente ahora está trabajando en el próximo capítulo de “Star Wars” que dirigirá Rian Johnson y en quien debemos confiar por sus buenos cometidos tanto en “Brick” (2005) como en “Looper” (2012).


Pero no todo es malo en esta historia a pesar de los fallos de montaje y del poco carisma de su insípida protagonista (seca continuamente hasta aburrir). De hecho sus defectos son tantos que este texto podría alargarse eternamente, pero centrémonos ahora en algunas virtudes, que las tiene. “Rogue One” opta por no excederse con la nostalgia que sí hacía de manera desmesurada “El despertar de la fuerza” (2015). Sí la hay, pero la justa. Y se disfruta independientemente de que conozcas el resto de capítulos. Incluso da pie a algo de de reflexión política impuesta por Gareth Edwards y la cual Disney quería cargarse, pero finalmente se muestra de un modo muy evidente. Su belicismo terrenal destaca ante las batallas en el espacio, cosa que es de agradecer ya que podemos recapacitar sobre todos los conflictos militaristas que desgraciadamente inundan el planeta (sí, aunque parezca una locura hay un instante de realismo belicoso bastante introspectivo) y las localizaciones consiguen estar muy acertadas para expresar mayor impacto sensato y es que a pesar de que el Imperio se muestra de una manera brutal debido al despliegue tecnológico lo mejor de la acción sucede en suelo firme. La música de Michael Giacchino cumple y mucho en la difícil labor de sustituir nada más y nada menos que a John Williams. Otro punto a favor es la recuperación del mejor personaje de la saga, aunque de manera fugaz pero vital para socorrer el desastre. La aparición de Darth Vader logra salvar la continua presencia de un villano muy poco amenazador (Ben Meldensohn), aunque en un artefacto de este calibre debería haber sido aún más épico y oscuro de lo que es. El relato va creciendo poco a poco en intensidad y el pesimismo que lo envuelve lo engrandece, pero cuando finaliza uno tiene la sensación de que todo es mejorable en esta aceptable aventura que ha contado con un presupuesto con el que se podían haber hecho maravillas. Aunque su factura visual es impecable, su factura dramática es minúscula. Y dada la temática de la misión debería haberse profundizado más en la emotividad de la tragedia en lugar de fomentar el colorista y aparatoso mundo espacial. Una oportunidad perdida que aún así será un pelotazo, visto como está el panorama cinematográfico actual en lo que respecta a la relación calidad-taquilla.


"Rogue One: una historia de Star Wars" (2016). Dirección: Gareth Edwards.

miércoles, 14 de diciembre de 2016

Miradas: "La mirada de Michelangelo" de Michelangelo Antonioni.

Un anciano entra en una vacía iglesia romana para observar una imponente estatua inacabada del Moisés de Miguel Ángel. La observa detenidamente. No parece escarpársele ningún detalle de la obra. La toca. Tras permanecer un rato ante ella abandona la iglesia por la misma puerta por donde ha entrado.


Quizás se trate de un argumento muy sencillo para una película, pero si añadimos que este anciano es Michelangelo Antonioni todo es más complejo de lo que parece. Miguel Ángel ante Miguel Ángel. El hombre frente a la estatua. El humano contemplando a una obra de arte. Pero la estatua también contempla a otra obra de arte como es Michelangelo Antonioni. Su recelo y afán por exhibir el espacio como un protagonista más de sus películas va más allá en esta partitura cinematográfica ya que logra humanizar a un conjunto escultórico de un modo sublime y solemne. La estatua le invita a que su cámara sea quien la muestre como nunca nadie la ha podido ver. Un desafío que en otras manos podría haber tenido unas terribles consecuencias para el ojo del espectador, pero en la cinta que nos ocupa no estamos hablando de la cámara de cualquiera.


Por momentos parecen fundirse el hombre y la estatua. Ella, inamovible, logra romper la barrera de lo estático al igual que lo hace Antonioni, quien accede a la iglesia por su propio pie gracias a los efectos digitales. Gracias al cine, gracias a lo que el director de piezas tan importantes para el séptimo arte como “La aventura” o “El desierto rojo” ha hecho durante toda su vida.


El realizador que convirtió al cine en una herramienta de pensamiento nos invita de nuevo a reflexionar con su último trabajo. Y lo hace en un rincón donde superficialmente no parece que vaya a ocurrir algo interesante. Evidentemente no debemos suponer nada tratándose de quien se trata. Por eso Antonioni ha decidido que todas sus obsesiones estén presentes en este poema sensorial. La ausencia, la incomunicación, el silencio... El realizador italiano muestra todas sus inquietudes en apenas quince minutos repletos de melancolía y las comparte con su audiencia. Como si, consciente de que su muerte se acerca, persiguiera resumir su legado cinematográfico en una bella pieza de corta duración para la posteridad.


"La mirada de Michelangelo" (2004) de Michelangelo Antonioni.

domingo, 4 de diciembre de 2016

"Cemetery of Splendour" de Apichatpong Weerasethakul.

En un pequeño pueblo de Tailandia, veintisiete soldados sufren un extraño caso de narcolepsia. Una escuela primaria abandonada se convierte en un pequeño hospital donde Jenjira Widner, una solitaria ama de casa de mediana edad casada con Frank, un soldado retirado de los Estados Unidos, es una de las voluntarias que les cuida. Jenrija coge especial cariño a Itta, un joven soldado que no tiene ningún pariente. Así, Jenjira acude diariamente para asistir a Itt, quien nunca ha recibido la visita de algún miembro de su familia. El cuidado de los soldados le llevará a caer en alucinaciones que desencadenan en sueños extraños, fantasmas y romances. En los terrenos adyacentes al hospital trabajan unas excavadoras instalando la fibra óptica, justo donde se encontraba un cementerio de los antiguos reyes tailandeses. Tratándose de quien se trata hay muchas capas detrás de este argumento. 


"Cemetery of Splendour" es el último trabajo del director tailandés Apichatpong Weerasethakul, autor entre otros de los maravillosos filmes "Tropical Malady" (2004) y "Uncle Boonmee recuerda sus vidas pasadas" (2010), ambos premiados en el Festival de Cannes. Es uno de los realizadores más originales del cine contemporáneo. Su faceta como artista plástico es más desconocida pero sus exposiciones e instalaciones se han podido ver en muchos países. Apichatpong Weerasethakul pertenece a ese linaje de cineastas indómitos que conciben el cine como una forma propia de expresión artística, trabajando con total libertad.



Esta gran obra, una de las mejores cintas estrenadas en España en 2016, tiene una mezcla de realidad (reflejada en cada uno de sus planos) con espiritualidad y misticismo. Estamos ante una cinta donde el director tailandés demuestra su emocionante aptitud para fabricar imágenes realmente hermosas que retratan la vida en un hospital improvisado cuyos pacientes sufren esta misteriosa enfermedad que los sentencia al sueño. Muy emotiva es la relación de afecto que se va desarrollando entre la cuidadora y el soldado Itta, que el director nos enseña con misterio y ante las extrañezas de los jardines que rodean el hospital donde lo fantástico y lo real se mezclan de una manera muy naturalista. Otra de las voluntarias, la más joven, tiene el poder de una médium y manifiesta que la condición de los soldados se debe a que han alterado de alguna manera el cementerio donde reposan los reyes. Lo que a simple vista parece realismo (no hay ninguna escena que visualmente de pie a que estemos ante una obra de fantasía, ahora no hay ningún hombre lobo ni ningún monstruo acechante) a través de los diálogos nos transporta al mundo de alucinación e ilusión de Weerasethakul. La protagonista conversa tranquilamente con dos mujeres que de repente le confiesan que son las diosas a las que ella rinde culto en una secuencia sublime. No solamente ella cree toda la historia, sino que nosotros también. Y nos impacta, que es lo importante. Y lo que es más valioso: lo hace de una manera muy sencilla, sin ningún artificio ni trampa. La propia existencia de las diosas nos parece totalmente real y no insertada en la trama para sorprender.



Este es otro ejemplo de cine hecho poema. Y también de un ensayo sobre la geografía humana y sobre el tránsito. Una bella meditación sobre la muerte donde el mundo espiritual se mezcla con el mundo natural para reflejar su dolor por la nación, simbolizado por los militares. Y, sin embargo, también es un bonito y exquisito artilugio donde trata temas tan universales como son el amor y el desconsuelo.


"Cemetery of Splendour" (2015). Dirección: Apichatpong Weerasethakul.

miércoles, 30 de noviembre de 2016

Miradas: "Mi Idaho privado" de Gus Van Sant.

Gus Van Sant es un realizador único, personal, con sello propio obviamente independiente pero muy asequible para todas las audiencias. Con permiso de "Elephant" (2003), "Mi Idaho privado", una road movie estimulante y dolorosa sobre el destino de dos hombres, es su mejor película. Un episodio privado dentro de su cine que logra superar de manera sobresaliente todas las expectativas puestas en él.

Mike Waters (River Phoenix) y Scott Favor (Keanu Reeves) son dos jóvenes chaperos que se ganan la vida prostituyéndose en las calles de Portland. Mike tiene una extraña enfermedad llamada narcolepsia, que le provoca un sueño repentino y profundo en cualquier parte, además de sufrir epilepsia.  El drama prospera en las debilidades de sus personajes. Uno proviene de la pobreza, el otro de una familia rica. Mike es un buen chico, un joven vagabundo con una infancia bastante anómala, desorientado, falto de cariño, frágil y su único apego real es hacia Scott, muy espabilado, arribista, sin prejuicios, seductor e interesado. Dos mundos muy distintos pero paralelos abanderados por cada uno de ellos. Ambos venden sus cuerpos pero por motivos muy distintos y juntos emprenderán un extraño viaje en busca de la madre de Mike, a la que nunca conoció en vida.


Aunque los personajes centrales son chaperos, la película no trata realmente sobre sexo, que además es algo que no le interesa mucho a sus protagonistas. Lo que Mike quiere es amor, y por amor lo que realmente quiere es a alguien que cuide de él. Estaba profundamente solo cuando era niño y ahora busca refugio. Las intenciones de Scott, cuyo padre es el alcalde de Portland, son muy distintas y poco a poco iremos descubriéndolas.


El joven vagabundo interpretado por ese grandísimo actor que fue River Phoenix en "Mi Idaho privado" de Gus Van Sant, es narcoléptico. Para aquellos que no entienden el trastorno, no se trata de una enfermedad que tenga relación con las drogas, aunque Mike las consuma a menudo. La narcolepsia es un trastorno crónico del sueño que afecta al sistema nervioso central, por lo que su origen es neurológico. La condición de Mike le ha dado un cierto desapego soñador. Sus continuos desvanecimientos son la clave que une las piezas de este singular puzzle. Se despierta y es capaz de seguir caminando. O más bien deambulando. Trabaja prostituyéndose, y su enfermedad y situación recuerda en cierto modo al "Crimen y castigo" de Dostoievski, donde Raskolnikov, el asesino de la anciana, sufre ataques epilépticos. Scott es capaz de cambiar de mundo con gran agilidad, con destreza y sin mirar atrás.  Su personaje se basa en el "Enrique IV" de William Shakespeare.


"Mi Idaho privado", inspirada en la novela de John Rechy “City of night” (1963), es una película de amor, de amistad y de traición. Su escena más impactante y brillante (que al ver la película uno se da cuenta que es el momento que estaba esperando), al calor de una hoguera, la rueda Van Sant con verdadera sensibilidad cuando Mike confiesa sus sentimientos hacia Scott. Una conmovedora, desconsolada y enternecedora declaración de amor. Pocas veces se ha retratado tan bien en el cine la delgada línea que separa la amistad del amor verdadero y el miedo a perder a la persona más importante de tu vida.


La fotografía que firman Eric Alan Edwards y John J. Campbell es sencillamente magnífica e ingeniosa, retratando tanto ambientes oscurecidos como carreteras sin fin donde el tema de la iluminación contiene una sensación algo descarada y añade un toque algo experimental al largometraje.


Tanto River Phoenix como Keanu Reeves no eran dos actores no muy conocidos en la época pero que han tenido mucha repercusión en la actualidad. Si bien Phoenix siempre ha demostrado sus cualidades interpretativas, aquí nos encontramos con una de las mejores actuaciones de Reeves.  Y probablemente la mejor de la corta carrera de River Phoenix. Trabajan de manera fabulosa representando a unos personajes muy elaborados y la química entre ellos es tremenda. Lamentablemente nunca sabremos hasta donde llegaría la carrera de River Phoenix, que nos dejó siendo muy joven, pero parecía apuntar muy alto al igual que han llegado otros actores de su generación como Johnny Deep o Leonardo Di Caprio.

Gus Van Sant, elegante y expresivo, es pura lírica en esta cinta. Discreto, equilibrado y casi desafiante. Todo funciona a pesar de su estilo narrativo tan ecléctico, incluso algunas partes tensas como ese gran homenaje a "Campanadas a medianoche" de Orson Welles. Van Sant siempre está en movimiento constante y libre. Los experimentos cinematográficos de Sergei Eisenstein son una gran influencia en este bello poema visual. Hay enigmas en la película que nunca saldrán a la luz, jamás podremos iluminarlos. Pero no es necesario, al contrario. Mejor que se queden en la oscuridad. 



"Mi Idaho privado" (1991). Dirección: Gus Van Sant.

jueves, 17 de noviembre de 2016

"Tarde para la ira" de Raúl Arévalo.

Dirigir era el deseo de Raúl Arévalo desde incluso antes que comenzara en el mundo de la interpretación con apenas dieciséis años. Se enamoró del teatro y quiso ser actor, pero siempre con el sueño de dirigir algún día. Posiblemente, por el hecho de que sea actor, ha dado mucha confianza y libertad a los intérpretes en su trabajo en "Tarde para la ira", su primer largometraje. "Al ser actor también sabe lo que el actor necesita" ha manifestado Ruth Díaz, a la que la cámara de Arévalo se acerca de manera rotunda en uno de los mejores momentos de este viaje sin retorno a la venganza.


El mostoleño tenía en mente referentes como "Un profeta" (2009) de Jacques Audiard y el cine de Querejeta mientras confeccionaba su ópera prima como realizador. Y se nota. pero también está muy presente el cine de Carlos Saura. La idea parte de hace ocho años cuando Raúl Arévalo escribió el guión con su amigo David Pulido. Desde el inicio pensó en Antonio de la Torre y en Luis Callejo como los protagonistas y se nota el profundo respeto que muestra por sus personajes. La enorme energía y la pasión con la que se ha dirigido está en el resultado final. 


José (Antonio De La Torre), un hombre de clase media-alta de Madrid, se introduce en la vida de unas personas de una barrio de la periferia madrileña (rodado en Usera). Tenía unas ilusiones que se vieron truncadas y tiene que decidir si sigue adelante con su vida o si decide vengarse. Curro (Luis Calleja) pasa ocho años en la cárcel por proteger a su familia y al salir se da cuenta que las cosas han cambiado mucho. Ana (Ruth Díaz), su pareja, se ha acostumbrado a vivir sola y quiere borrar el pasado y empezar de nuevo. Este es el trío protagonista de esta travesía al infierno. Portentosa es la interpretación de Luis Calleja dentro de un gran elenco en el que también destaca Manolo Solo, al que vimos en "La isla mínima" (2014) de Alberto Rodríguez y quien interpretó de una manera sensacional al juez Pablo Ruz en "B, la película" (2015) de David Ilundáin. Es precisamente la secuencia en la que interviene donde se desata la ira del protagonista de una manera extraordinaria, con naturalidad y eficacia. Lleva años esperando ese momento y se ve totalmente reflejado en las imágenes que vemos. Arévalo, sin timidez alguna, se interesa por la motivación de la violencia que a continuación sucede, logrando un acercamiento al cine de Nicholas Ray.


"Tarde para la ira" es una cinta emocionante donde el guión en ocasiones es algo previsible. El primer giro, relacionado con el personaje de Antonio de la Torre, está tan cantado desde el comienzo que resulta algo redundante. Sin embargo, el segundo, que desencadenará el sorprendente final filmado con total honestidad donde se revelan los sentimientos del trío con total desnudez, sí resulta muy inesperado. Aunque la historia parece algo vista su dirección es admirable. El estilo que consigue Arévalo muestra dosis de neorrealismo en los paisajes de barrios madrileños, donde el largometraje demuestra que ha contado con un excelente diseño de producción. Un carácter muy urbano en todo momento es el que logra en una de las películas españolas con mejor factura de este año. Parece que controla esta tensa y muy contundente película desde su comienzo. A Sam Peckinpah le gustaría.


"Tarde para la ira" (2016). Dirección: Raúl Arévalo.

martes, 15 de noviembre de 2016

"La gruta" de Vincent Le Port.

Un lugar en los confines de la costa bretona fuera de temporada. Es final de octubre y el último día de Celeste en su trabajo de vigilante en un camping de la costa. Está preparándose para irse hacia el sur cuando una niña alemana sordomuda desaparece y los lugareños se disponen a su búsqueda que les llevará hasta una misteriosa gruta presidida por una turbadora estatua de piedra. Celeste entrará en la gruta para buscar a la niña desaparecida. Pero lo interesante son los motivos por los que Celeste entra. ¿Por qué ella? ¿Por qué una joven que está a punto de abandonar el lugar decide aventurarse en esta búsqueda tan lúgubre? 


La admirable y angustiosa cinta francesa en blanco y negro "La Gruta" se alzó con el premio a mejor mediometraje en la novena edición de La Cabina, Festival Internacional de Mediometrajes de Valencia. Este máximo premio del jurado de Sección Oficial ha sido para un trabajo influido por "La cima" de Pío Baroja, "Los detectives salvajes" de Roberto Bolaño y las leyendas bretonas. También se ha llevado el galardón a mejor director para el joven Vincent Le Pont. Por primera vez en el festival ambos premios han sido para la misma película. El mediometraje ya fue ganador del premio de prensa y mención especial del jurado del Festival de Clermont-Ferrand este año.




Una obra de suspense con una atmósfera de miedo intenso, donde hacen mucho favor su excelente diseño de sonido y su estética oscura, que fue comprada por el canal francés ARTE después de su producción lo cual hizo que se pudiera emitir en televisión. El cine de Jacques Tourneur y las películas "Un hombre que duerme" (1974) de Bernard Queysanne y "Pícnic en Hanging Rock" (1975) de Peter Weir también han sido referentes utilizados por su director a la hora de realizar esta extraordinaria pieza. 



Le Port nos muestra a una población aislada y contiene algunos elementos fantásticos. Parece estar ambientada en un pasado reciente (no utilizan teléfonos móviles sino walkies) y utiliza códigos de cuentos y leyendas sombrías y la ambientación es fabulosa. Y contiene un tono existencialista representado por Celeste, que decide buscar a la niña cuando en realidad va en busca de sí misma. Celeste no sabe realmente lo que va a encontrar cuando acceda a la gruta, pero tampoco conoce lo que le espera cuando abandone el pueblo. Y se enfrenta a ello con valentía y sin miedo. La caverna en cuestión no es un espacio de fácil acceso, y su laberíntico interior es algo terrorífico. Pero Celeste se introduce sin meditarlo. Por algún motivo tiene que ser ella la que encuentre a la chiquilla.

La película fue rodada en el color pero en el momento de la edición se optó por el blanco y negro. La primera edición duraba aproximadamente una hora y veinte minutos que quedaron finalmente en 52.


Vincent Le Port nació en Bretaña (Francia), en el año 1986. Se graduó en dirección cinematográfica en La Fémis. En los últimos años ha dirigido cortometrajes documentales como "Minotaure Mein Führer" (2008) y "Danse des habitants invisibles de la Casualidad" (2010) y de ficción como "Grand Guignol" (2008) y "Finis Terrae" (2009). Actualmente está trabajando en dos películas. Un cortometraje de ficción y un largometraje documental. Sin duda se trata de un realizador al que debemos seguir sus pasos.


"La gruta" (2016). Dirección: Vincent Le Port.


viernes, 11 de noviembre de 2016

Miradas: "El pan y la calle" de Abbas Kiarostami.

Un niño regresa a casa contento y tranquilo después comprar el pan en un día soleado en lo que bien podría ser un suburbio de Teherán. Juega dando patadas a una lata. Por el camino, aparece un perro callejero que comienza a ladrar impidiéndole el paso. El niño se asusta al encontrar al perro, aunque parece un chucho pacífico, e intenta buscar ayuda en los viandantes aunque sin éxito. Temeroso, el niño intenta seguir a un hombre mayor que parece llevar su misma ruta, pero repentinamente este toma otra dirección. Tendrá que arreglárselas para poder pasar y finalmente le lanza un trozo de pan al perro para calmarle y así poder volver a casa.

"El pan y la calle" es el primer cortometraje del director iraní, fallecido este año, Abbas Kiarostami. Se trata de un trabajo que nos remite al más primigenio estilo neorrealista. Rodado en blanco (como muchos de sus trabajos) y sin diálogos en el año 1970, al igual que hizo en su segundo cortometraje "El recreo" (1972). Con esta obra, el realizador de Teherán nos introduce directamente en su universo cinematográfico, donde observamos su búsqueda de un cine de realidades cercanas y simplistas, de una calidad grandiosa, y con la infancia y las costumbres como temas recurrentes en su filmografía.


Esta deliciosa película de Abbas Kiarostami que es poesía pura, de diez minutos de duración, fue una de las primeras producciones del Centro para el Desarrollo Intelectual de Niños y Adolescentes, también llamado Kanun. El guion del cortometraje fue escrito por el hermano del director, Taghi Kiarostami, y está basado en las experiencias de su niñez. 

El trabajo de sonido en "El pan y la calle" es digno de mención. La calidad de la edición de sonido es enorme. Y la música enfatiza en todo momento el elemento dramático de la narración. Escuchamos una curiosa versión instrumental de "Ob-La Di Ob-La Da" de los Beatles a cargo del saxofonista de jazz Paul Desmond que acompaña la situación mientras el niño camina alegremente. Cuando aparece el perro la música se detiene y apreciamos el sonido real de la calle, lo cual acentúa el realismo del corto pero vuelve a sonar, esta vez una música intrigante, cuando el pequeño intenta buscar ayuda para acto seguido volver de nuevo al silencio. Hay que ver cómo el maestro centra su atención en los silencios. Finalmente, cuando el protagonista consigue librarse del perro y así poder volver a casa, la música es relajante acompañando a las imágenes de un modo placentero. A medida que va avanzando la historia, Kiarostami consigue yuxtaponer el tiempo real con el tiempo de la narración. El uso de la iluminación mientras la cámara sigue al niño y cómo juega con las sombras el ganador de la Palma de Oro en el Festival de Cannes por "El sabor de las cerezas" (1997), con la ayuda de la excelente fotografía de Mehrdad Fakhimi, es excelente teniendo en cuenta que es su primer trabajo. También destaca la cantidad de distintos planos que utiliza en unas calles muy estrechas.


En resumen, Kiarostami logra un brillante, tierno y luminoso ejercicio de técnica cinematográfica. El uso de la iluminación y el empleo del sonido destacan sobre todo en una historia muy sencilla sobre un chiquillo que llega a su casa a través de calles muy angostas donde el realizador iraní remarca algunos de los aspectos cotidianos y más amables de su país natal y nos acerca a lo que es el mundo árabe. Aquí observamos temas que serán recurrentes en su filmografía como la figura del niño como protagonista, lo cotidiano, lo tedioso, lo rural, cierto tono documental y monotonía e influencias del neorrealismo y la nouvelle vague.


El trabajo obtuvo muy buena acogida tanto entre el público como a nivel crítico. De hecho ganó el Gran Premio del Festival de Cine Infantil de Teherán en 1970 junto con otros cortometrajes de animación, precisamente también producidos por el Instituto para el Desarrollo Intelectual de Niños y Adolescentes. Esto hizo que la sección cinematográfica del Centro fuera en una parte muy importante del mismo, aumentando el número de las producciones audiovisuales.

Pasará mucho tiempo antes de que logremos calibrar el gran legado de Abbas Kiarostami, la mayor figura representativa del cine iraní.


"El pan y la calle" (1970). Dirección: Abbas Kiarostami.

lunes, 7 de noviembre de 2016

"El hombre de las mil caras" de Alberto Rodríguez.

No lo tenía nada fácil Alberto Rodríguez para superar a su anterior película, uno de los mejores thrillers nacionales de los últimos años (y de siempre) que combinaba el policíaco, el cine de asesinos en serie, secuestros y desapariciones con un impagable retrato de la vida rural de comienzos de los años ochenta. La atmosférica "La isla mínima" (2014) se ha convertido en uno de los neo-noir imprescindibles de nuestro cine. El listón estaba muy alto y parecía que Rodríguez se sentía cómodo realizando estas láminas negras de historias de épocas pasadas (aunque no muy lejanas). Así que... ¿supone cierto riesgo volver al negro retrato de la sociedad cuando has tocado techo? 



De nuevo junto a Rafael Cobos en el guión, esta vez adaptan el texto Manuel Cerdán y vuelven a donde se habían quedado antes de "La isla mínima": a contar una historia basada en hechos reales mucho menos turbadora pero no menos turbia. Viajamos a 1994, un año en el cual aún se podía fumar en los aeropuertos. El 29 de abril Luis Roldán, exdirector de la Guardia Civil, se da a la fuga. Francisco Paesa, un ex agente secreto del gobierno español que fue responsable de la operación contra ETA más importante de la historia, se vio envuelto en un caso de extorsión en plena crisis de los GAL y huyó del país. Cuando regresa años después está totalmente arruinado. Roldán le visita y le ofrece un millón de dólares si le ayuda a salvar 1.500 millones de pesetas sustraídos al erario público.



Así comienzan las aventuras de Paesa y Roldán. Los actores que les dan vida son Eduard Fernández y Carlos Santos. El primero no necesita de ninguna presentación pues lleva años demostrando que es de lo mejor que tenemos. Y el segundo da vida al famoso fugitivo de un modo magnético. La poderosa presentación del personaje ya invita a que observemos el trabajo de Santos. Un gran descubrimiento. Y ahí no queda todo. El elenco al completo tiene un dominio escénico bárbaro y una química feroz cuando interactúan.



Ritmo, energía, precisión, contundencia. Todo está muy bien medido por Rodríguez. Parece que se siente muy cómodo contándonos lo que somos, de dónde venimos y porqué pasa hoy en día lo que pasa. ¿Arriesga? Mucho. Cuando todas las miradas están puestas en él resuelve la papeleta de "la película siguiente" con una pieza de espionaje como nunca hemos visto hasta ahora. 



"El hombre de las mil caras" (2016). Dirección: Alberto Rodríguez.

martes, 1 de noviembre de 2016

Miradas: "El otro barrio" de Salvador García Ruiz.

Tras verse envuelto en una serie de accidentes por culpa del azar que causan la muerte de un vecino, y mientras dura la investigación, Ramón Fortuna (Jorge Alcázar), un chaval de quince años buen estudiante, huérfano de padre y que nunca ha dado problemas a su familia, ingresa en un centro de acogida para menores. Para él será una sensación como de estar despertando de un sueño, un sueño vivido en Vallecas, un popular barrio obrero de Madrid, junto a su madre y su hermana que le han dedicado la vida entera y que ahora no pueden hacer nada por él, aunque sepan que es inocente. En el centro Ramón encuentra un compañero en el locuaz y débil Aníbal (Alberto Ferreiro) con el que hace muy buenas migas y se da cuenta que está empezando a salir en los noticiarios y en los periódicos. No obstante, Ramón no se siente incómodo en el centro. A pesar de que nunca le ha faltado de nada, no era feliz con su vida. Mientras, su nexo con el exterior es Marcelo (Álex Casanovas), el abogado que lleva su caso que, como él, se crió en Vallecas pero en su día dejó Madrid para centrarse en sus estudios. El problema es que, para que Marcelo le ayude, tiene que enfrentarse con un pasado que lleva años queriendo olvidar, un amor perdido en el tiempo y el descubrimiento de un duro secreto que debe salir a la luz.


Salvador García Abril nació en Madrid en 1963 y es Licenciado en Ciencias de la Información. Esta fue su segunda película tras "Mensaka" (1998). Si en ella adaptaba una novela de José Ángel Mañas, "El otro barrio" está basada en una novela homónima de la escritora y periodista Elvira Lindo, quien elogió el trabajo del realizador. La cinta se presentó en el Festival de Cine de San Sebastián del año 2000 donde consiguió muy buenas críticas. "Castillos de cartón" es su último largometraje para el cine hasta la fecha y actualmente se dedica a dirigir series de televisión ("Gran reserva", "Isabel"...). También es lector y asesor de guiones en la productora Tornasol Films. Todos sus largometrajes han sido adaptaciones de novelas (José Ángel Mañas, Elvira Lindo, Natalia Ginzburg, Almudena Grandes) pero esto no ha impedido que el realizador madrileño haya conseguido un estilo propio. Un cine muy personal, culto y literario que no es fruto de las novelas que adapta sino de un modo de entender el séptimo arte de manera muy íntima, cotidiana y respetuosa alejándose de las producciones comerciales.


En "El otro barrio", su mejor película hasta la fecha, García Abril nos muestra una historia que va creciendo a medida que avanza la trama. Y lo hace de una manera conmovedora e intensa. Se trata de un trabajo de cine social e intimista con una cierta complejidad que actualmente podemos observar en grandes obras como "El pasado" de Asghar Farhadi que siempre intenta ir más allá del melodrama familiar. Las secuencias son largas y larga es la duración del largometraje (130 minutos) pero el ritmo no se pierde en ningún momento. No obstante ahí figura su gran importancia. Donde muchos hubieran cortado planos y empezado más tarde, García Abril deja respirar a las secuencias para mostrarnos una transparencia narrativa ejemplar. Y donde otros grandes cineastas, como Pedro Almodóvar en "Los abrazos rotos" (2009) se ven con la necesidad de contar toda la historia, el madrileño omite partes innecesarias pero evidentes para evitar la sobreexposición al dramatismo. El misterio principal (toda la película es un gran macguffin) recae en la observación del espectador ya que no se resuelve de manera explícita, lo cual hubiera enturbiado la narración. 


A pesar de que se trata de una historia oscura, la película es un bello homenaje a Vallecas que siempre aparece luminoso. El barrio donde nos criamos nos marca, y aquí observamos las consecuencias tanto de personajes que nunca han abandonado el lugar donde crecieron como de aquellos que lo hicieron y regresan para enfrentarse a él. Un barrio que puede ser cualquier otro barrio obrero, donde careces de intimidad y todo el mundo sabe lo que haces en cualquier momento. Donde todos te verán como lo que has sido si cometes un error y te será muy difícil evolucionar. Cada mirada y cada gesto refleja en la cinta un tono asfixiante y para algunos será muy difícil escapar de su pasado. 


La cinta obtuvo una nominación al Goya al mejor guión adaptado y fue premiada en dicha categoría concedido por el Círculo de Escritores Cinematográficos de España. Obtuvo una Mención especial en el Festival de San Sebastián del año 2000 para el director García Ruiz, los productores Gerardo Herrero y Javier López Blanco, y los jóvenes actores Jorge Alcázar y Alberto Ferreiro. También dos candidaturas de la Unión Española de Actores: Pepa Pedroche en el apartado de Mejor interpretación de reparto y Guillermo Toledo en el apartado de Mejor interpretación secundaria. La revista Rock de Lux la incluyó en la lista de las cincuenta mejores películas españolas del siglo XX. Sin duda estamos ante una sorprendente pequeña joya oculta del cine español que merece ser rescatada del olvido.


"El otro barrio" (2000). Dirección: Salvador García Ruiz.