viernes, 29 de abril de 2016

Miradas: "El cuarto mandamiento" de Orson Welles.

Nacido en Kenosha (EEUU) en 1915, hijo de un hombre de negocios y de una pianista, Welles fue un niño prodigio que a los dieciséis años inició su carrera teatral en el Gate Theatre de Dublín y cinco después debutó como actor y director en Nueva York. Durante su etapa teatral alcanzó notoriedad gracias a diversos montajes shakesperianos, como “Macbeth”, obra íntegramente representada por actores negros, o “Julio César”, todos ellos producidos por la Mercury Theatre, compañía fundada por el propio Welles y su socio John Houseman en 1937.




(Orson Welles)

Su versión radiofónica del original literario de H. G. Wells “La guerra de los mundos” (1938) fue hasta tal punto realista que sembró el pánico entre miles de oyentes, convencidos de que realmente se estaba produciendo una invasión extraterrestre. Avalado por este éxito, firmó con la productora RKO un contrato que le otorgaba total libertad creativa, circunstancia que aprovechó hasta el límite en su primer filme, “Ciudadano Kane” (1941).

Considerada como una obra esencial en la historia del cine, esta especie de biografía imaginaria del magnate de la prensa William Randolph Hearst, que protagonizó el propio Welles (coautor también del guión, que escribió en colaboración con Herman J. Mankiewicz), fue vital a la hora de sentar las bases del moderno lenguaje narrativo cinematográfico. Sin embargo, el propio Hearst aprovechó los resortes de su poder para criticar duramente la película, e impedir que lograse el éxito esperado en Estados Unidos.

Su segunda película, “El cuarto mandamiento” (1942), la única de las que dirigió en que no apareció como actor, sufrió considerables recortes de la productora, antes de su estreno. El fracaso económico de estas dos películas indujeron a RKO a rescindir su contrato y en adelante Welles se vio obligado a trabajar con graves penurias presupuestarias, lo cual no le impidió filmar otro título considerado clave, “La dama de Shanghái “(1947), un thriller protagonizado por Rita Hayworth, entonces su esposa. Tras rodar la primera de sus versiones de obras shakesperianas, “Macbeth” (1945), se exilió en Europa, cansado de las presiones de las productoras y temeroso del Comité de Actividades Antiamericanas. En el Viejo Continente regresó a Shakespeare con su versión de “Otelo” (1952), filme cuyo caótico rodaje se prolongó durante tres años y que, pese a haber sido galardonado con la Palma de Oro del Festival de Cannes, representó un nuevo fracaso comercial.

Gracias a la insistencia del actor Charlton Heston, protagonista y productor de la película, Welles pudo regresar a Hollywood para dirigir “Sed de mal” (1958), impecable thriller rodado en blanco y negro en el que destaca el plano secuencia inicial, el más largo de la historia del cine. Tras su vuelta a Europa, rodó “El proceso” (1962), versión de la novela homónima de Franz Kafka, y en 1965 y con producción del español Emiliano Piedra, “Campanadas a medianoche”.

Su última etapa como director estuvo marcada por ambiciosos e inconclusos proyectos, como “Don Quijote”. Paralelamente a sus actividades como director y protagonista de sus propios filmes, desarrolló una importante carrera interpretativa en la que destacan títulos como “Alma rebelde” (1944), de Robert Stevenson, la magnífica “El tercer hombre,” de Carol Reed, o “Moby Dick”, de John Huston. En 1975 recibió del American Film Institute el reconocimiento al conjunto de su carrera artística. Falleció en Los Ángeles en 1985.

En “El cuarto mandamiento” Eugene Morgan está enamorado de Isabel Amberson quien, sin embargo, contrae matrimonio con Wilbur Minater, y tiene un hijo, George. Eugene, un emprendedor diseñador de automóviles, a su vez también se había casado y tenía una hija, Lucy, con la que va a la recepción de los Amberson. Las familias inician una interesante relación: George y Lucy, vuelven a reencontrarse; e Isabel nunca había dejado de querer a Eugene. La vida entre ellos continúa en armonía: paseos, excursiones por la nieve. A la muerte de su marido, Isabel se dedica por entero a su hijo quien, sin embargo, hace todo lo posible para que su madre no se vea con Eugene, prohibiéndole la entrada en su casa cierto día.


A pesar de que con “Ciudadano Kane” había contado con libertad absoluta, la RKO, tras el desconcierto que supuso el pase previo a la crítica de “El cuarto mandamiento”, amputó cuarenta y tres minutos de la cinta.

Se trata de un filme de 1942, el mismo año en que se estrenaron “Casablanca” de Michael Curtiz, “Sabotaje” de Alfred Hitchcock, “Ser o no ser” de Ernst Lubitsch o “El asesino vive en el 21” de Henri G. Clouzot.



En su segundo largometraje y en lo que al aspecto técnico se refiere, Welles volvió a utilizar como principales recursos el plano secuencia y la profundidad de campo con gran angular (ya presentes en “Ciudadano Kane”). Como buen director de teatro planificaba la puesta en escena en función del actor para alcanzar el clímax dramático impidiendo cualquier interferencia externa a la propia escena y los actores, destacando el plano secuencia del baile y la de la cocina. En la primera escena, la del baile del comienzo, la cámara permanece inmóvil mientras los actores entran y salen de su campo de visión sin que percibamos brusquedad. Continúa con un plano secuencia que persigue a George y a Lucy. En la escena de la cocina la cámara permanece inmóvil de principio a fin de la secuencia, logrando una tensión en aumento. Ambas secuencias son realmente poderosas y han tenido influencia en el cine posterior.


Podríamos dividir la película en dos partes claramente diferenciadas. En la primera la narración es vital, sensible y optimista, y se nos introduce con una voz en off (Orson Welles) que le da un toque de cuento al filme. Destaca una puesta en escena con planos rápidos en el montaje que fortalecen la sensación de optimismo y alegría, donde encontramos la secuencia de la fiesta, con unos movimientos de cámara muy fluidos. La segunda parte comienza con un fundido a negro con iris, no muy habitual en la filmografía de Welles, sobre todos los personajes que se verán envueltos en la trama. De este modo, el montaje se convierte en una herramienta dramática y sirve de preludio al plano siguiente, con música verdaderamente triste y con la imagen de la sombra de Joseph Cotten sobre la puerta de los Amberson.

En esta segunda parte, más triste, la puesta en escena es completamente contraria a la del comienzo de la película, escasamente hay movimientos de cámara y Welles desarrolla las secuencias desde las multiescalas, los personajes opuestos siempre aparecen en el encuadre con escalas diferentes, y en contraste con la secuencia inicial de la fiesta, aparece el plano secuencia estático que se desarrolla en la cocina que hemos citado anteriormente, prácticamente en penumbra, dejando al espectador percibir la decadencia de los Amberson.


En los minutos finales encontramos varias secuencias que dificultan la narración, posiblemente debido al corte que sufrió la película, pero hay que destacar los créditos finales donde podemos escuchar “yo la escribí y la dirigí, mi nombre es Orson Welles”. 

Al igual que en su anterior filme cuenta con imágenes muy deudoras del expresionismo alemán.

En “El cuarto mandamiento”, la película más barroca de Welles, tras un comienzo en el que el narrador nos introduce en la época con unos planos cortos que reflejan las costumbres, cómo se visten, dónde viven, etc., combinando unos planos generales con primeros planos donde los vecinos mediante sus cuchicheos nos informan sobre el status quo de los protagonistas, llega la escena del baile, repleta de recursos (profundidad de campo, contracampo), que comienza con un largo travelling que sigue a Lucy y a su padre, que finaliza con un campo-contracampo del diálogo. Sigue un travelling donde Lucy y George pasean entre los invitados que se utiliza para introducirnos en las futuras relaciones entre los protagonistas.

Welles utiliza de forma magistral el tiempo y el espacio cinematográficos. Según indica Paolo Merenghetti en su estudio sobre Orson Welles para Caheirs du cinema “la escena del baile en casa de los Amberson, con su capacidad de sintetizar las relaciones conflictivas entre los diferentes personajes, desplazados en diversos ambientes de la escenografía y el encuadre (escalones arriba o abajo, en primer plano lejos de la sala de baile) sigue siendo uno de los momentos más poderosos en el arte de la puesta en escena”. Los saltos en la cronología son enormes en “El cuarto mandamiento” pues ya en la primera secuencia la trama avanza unos veinte años. Aquí observamos las primeras elipsis. Un cambio de escena supone un cambio de tiempo (no de lugar), que expresa el paso de muchos años. Los decorados (de la nieve pasa a decorado más cálido) nos dan la sensación de que el tiempo pasa en la película. En “El cuarto mandamiento” la banda sonora corrió a cargo del compositor Bernard Herrmann. El sonido de esta, contribuye a facilitar la narrativa y la lectura de las imágenes. Los efectos visuales tan portentosos se construyeron en el rancho que poseía la RKO en San Fernando Valley, donde se levantaron las fachadas de los edificios y las calles principales de la ciudad.

Los planos secuencia en “El cuarto mandamiento” son más emotivos que en “Ciudadano Kane” y ayudan a la idea del paso del tiempo, al igual que los encuadres con profundidad de campo. El verdadero protagonista de la película no son los Ambersons ni los Morgan, sino el tiempo, cuyo paso los baña con una gran delicadeza intimista.

Stanley Cortez creó para Welles una atmósfera oscura y opresora a través de su fotografía y sus juegos de luces y sombras, lo cual también lo acerca a una cierta influencia expresionista en el filme Otros recursos que cabe destacar en “El cuarto mandamiento”, una película de una estética visual asombrosa, son la utilización de grandes angulares con su profundidad de campo y el rodaje de tomas en extensos planos secuencia, además de situar la cámara en ángulos inverosímiles o bajos. Podríamos vincular a Welles dentro de la corriente de directores de americanos que se alejan del cine comercial planteando inquietudes estéticas, al igual que Von Stroheim o Hitchcock y evidentemente el expresionismo está dentro de sus más claras influencias (por ejemplo, muy señalado en el final de “El extraño”). Su principal influencia cinematográficamente hablando, además de los expresionistas alemanas, fue John Ford. 


Los encuadres de Welles en esta, su película más sobria y clásica, son peculiares ya que en ocasiones deforman la imagen logrando un efecto narrativo innovador. Welles ofrece en su melodrama un relato decadente de la sociedad influyente hasta en el cine contemporáneo y en clásicos como “El Gatopardo” de Visconti. Travellings y panorámicas sombrías, las posibilidades expresionistas de la iluminación, estancias vacías, tenebrismo, imágenes cautivadoras, fotografía expresionista en blanco y negro, crítica a la sociedad burguesa, una sensación de tristeza y soledad…una obra maestra absoluta y para el que escribe estas líneas la cinta favorita del genio que fue Orson Welles.


"El cuarto mandamiento" (1942) . Dirección: Orson Welles.

No hay comentarios:

Publicar un comentario