miércoles, 22 de junio de 2016

"El hijo de Saúl" de László Nemes.

László Nemes nació en Budapest en 1977 y ejerció durante años como ayudante de Béla Tarr ("Visiones de Europa", "El hombre de Londres"). Entre sus cortometrajes destaca "Con un poco de paciencia" (2006), disponible en YouTube. "El hijo de Saúl" es su primer largometraje. Una parte de su familia fue asesinada en Austchwitz y esta película le ha ayudado a volver a conectar con esa parte de su pasado, con ese capítulo familiar, y rescatarse del desierto que ello provocó en su vida. Nemes contó con la ayuda de la historiadora francesa Clara Royer a la hora de escribir el guión, recogiendo múltiples testimonios y con una gran influencia del documental  de diez horas "Shoah" (1985) del realizador francés Claude Lanzmann. También está inspirada en unos diarios encontrados en Asuschwitz en 1944, que fue un año crucial ya que durante el mismo se produjo el extermino de los judíos húngaros en Auschwitz.

No hay que considerar a "El hijo de Saúl" como una simple película más sobre el Holocausto. Aunque se trate de una temática muy quemada en el cine dramático aquí observamos la fatalidad de los campos de concentración de una manera muy peculiar y personal, una perspectiva única y asfixiante. La experiencia del mal y la experiencia de estar en el infierno. Bien es cierto que el cine ha ayudado a que el ser humano conozca la magnitud de esta catástrofe y aquí el realizador consigue aterrarnos aún más sobre algunos de los peores momentos del siglo XX, en una angustiosa cinta sobre la realidad de los campos de concentración de los nazis. Pero lo hace de un modo muy particular que hace al largometraje distinto a otros que abordan el mismo tema.


La acción nos trastada al año 1944, durante el terror inhumano del campo de concentración de Auschwitz, donde un prisionero judío húngaro llamado Saúl Ausländer (Géza Röhrig), miembro de los llamados Sonderkommando (encargados de quemar los cadáveres de los prisioneros gaseados nada más llegar al campo y posteriormente limpiar las cámaras de gas, antes de ser eliminados ellos también), encuentra un atisbo de supervivencia moral al intentar salvar de los hornos crematorios el cadáver de un niño que toma como su propio hijo a quien pretende darle un entierro digno buscando a un rabino que le rece el kadish. Una oportunidad para Saúl, un jugador más dentro de un teatro del horror, de darse cuenta de que todavía sigue siendo un ser humano. 

Desconocemos si realmente es su hijo y la película no lo revela, aunque la obsesión del personaje podría darnos a entender que se trata de un padre que se ocupó poco de él en vida, pero también podría tratarse del hijo que nunca tuvo. Lo dicho: este factor poco importa. Lo realmente significativo es el gesto de Saúl. 


Desde el inicio de esta impactante ópera prima observamos cómo Nemes utiliza la cámara en unos planos cortos del protagonista andando que mientras mantiene desenfocados a los demás personajes, e incluso a los cadáveres que se van sumando a la tragedia. La película está enfocada desde el punto de vista del miembro del Sonderkommando. La cámara está siempre encima del personaje lo que nos traslada a Gus Van Sant o al propio Béla Tarr. Observamos las tareas que los Sonderkommando realizan a diario de una manera muy real pero las imágenes de barbarie siempre en segundo plano. Aquí no se trata de reflejar una historia de supervivencia, sino de visionar una fábrica de asesinatos en un ambiente infernal como nunca se ha hecho, de manera difusa y con muertes fuera de plano. También con los múltiples movimientos de ayudan a visionar la agitada actividad de los campos de concentración nazis, en especial los hornos crematorios, destacando el gran trabajo de dirección de fotografía de Mátyás Erdély. Imágenes que conmocionan.



El uso de la cámara ayuda al espectador de una manera admirable a entender el drama y también confraternizar con el protagonista y entenderlo ya que en el encuadre solamente está nítido lo que aparece en un primer plano, casi siempre el rostro de Géza Röhrig. Como espectadores no vemos en pantalla lo que sucede fuera de campo debido al desenfoque de la cámara, recurso que en ningún momento agota, pero sí somos capaces de reproducirlo en nuestra mente. El espectador percibe el horror. No obstante se abre el debate de lo que debe o no debe representarse en el cine.

"El hijo de Saúl" contó con un presupuesto ajustadísimo de poco más de millón y medio de euros, rodada en 35 mm (a Nemes no le gusta lo digital), con poco más de ochenta planos y sus premios son incontables, incluyendo el Gran Premio del Jurado y el premiro FIPRESCI en Cannes, así como el Oscar a la mejor película de habla no inglesa. Una vez más, nos encontramos ante un ejemplo, con esta insólita y arriesgada propuesta, de que se puede hacer cine de inmensa calidad sin tener que recurrir a costes desmedidos.


"El hijo de Saúl" (2015). Dirección:  László Nemes.

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