domingo, 19 de junio de 2016

Miradas: "Tras el cristal" de Agustí Villaronga.

“Tras el cristal” fue estrenada el 3 de marzo de 1987 tras algunos problemas de censura y está considerada la obra maestra de Agustí Villaronga. Sin lugar a dudas lo es. Y también una película clave dentro de los años ochenta. Supuso la primera incursión en el largometraje del realizador mallorquín, tras haberse encargado de la dirección de tres premiados cortometrajes en un largo periodo de diez años que comienza en 1976 con el rodaje de "Anta mujer" a las que siguieron "Laberint" y "Al Mayurka". Estos cortometrajes asentaron las bases de algunos de los temas presentes en la filmografía posterior de Villaronga, como las tradiciones, el pasado o la mística. 






Esta elegante e inquietante ópera prima cuenta la historia de un sádico abusador de niños, Klaus (Günter Meisner), paralizado y dependiente de un pulmón de acero para vivir. Inspirado en la verdadera historia del siglo XV del caballero francés Gilles de Rais, quien sentía una predilección insana por los niños y los adolescentes. Sus crímenes no tuvieron límites, hasta el punto de que se le atribuyen nada menos que el asesinato de 200, incluso puede que más.





Sobre el depravado Gilles de Rais, un mariscal de Juana de Arco, una persona que supuestamente luchaba por la fe en Dios, los historiadores afirman que su primer crimen lo cometió con el propósito de realizar un pacto con el Diablo para lograr sus favores. Sin embargo, tras cortarle las muñecas a la víctima, sacarle el corazón, los ojos y la sangre, ni se le apareció Satán ni logró trasformar el metal en oro. Lo único consiguió fue descubrir inclinación secreta: violar, torturar y asesinar a niños de manera implacable.

A partir del verano de 1438 dieron comienzo una serie de extrañas desapariciones de algunos chicos de Nantes, así como de los pueblos cercanos, y la mayor parte, sucedían en lugares próximos a la mansión del barón de Rais. El caballero incluso hacía entrar en su morada a algunos de los jóvenes mendigos que pedían limosna frente al puente levadizo del castillo, que posteriormente eran retenidos en contra de su voluntad por sus servidores, torturados, violados y desmembrados. La sangre y otros restos de sus cuerpos eran conservadas para propósitos mágicos.

El propio Gilles llegó a confesar como gozaba visitando la sala donde los muchachos eran a veces colgados de unos ganchos. Tras escuchar las súplicas de algunos de ellos y ver sus múltiples contorsiones, el barón fingía espanto, les cortaba las cuerdas, les abrazaba con ternura y les secaba las lágrimas de manera reconfortante. Pero pronto, una vez se había ganado la confianza de los jóvenes, sacaba un cuchillo y les segaba la garganta hasta matarlos, tras lo cual procedía a violar el cadáver con una maldad totalmente fría y aterradora.


Tras ser capturado por órdenes del Duque de Bretaña y ser sometido a todo tipo de torturas para que confesase sus macabros crímenes, el vicioso Gilles aceptó por voluntad propia todos los cargos que se le imputaban e incluso confesó que se había deleitado mucho con su degeneración, a veces cortando él mismo la cabeza de un niño con un cuchillo o una daga, y otras golpeando a los jóvenes hasta que murieran con un palo y besando apasionadamente los cuerpos muertos, fascinado con aquellos que tenían los rostros más hermosos y los miembros más atractivos. Se atrevió a afirmar ante los magistrados que su mayor placer era sentarse en sus estómagos, observar su sufrimiento y ver como lentamente.

Villaronga se basa en el sádico barón y lo convierte en un exnazi, un médico cuyo puesto en tiempos de guerra en un campo de concentración le permitió cometer los delitos sexuales más atroces contra los niños y trabajar en terroríficos experimentos infantiles. Terminada la guerra, se exilió de Alemania y se trasladó a vivir de incógnito en España, pero fue presa de nuevo de sus deseos depravados continuando su carrera como pederasta asesino, hasta que la vergüenza y la angustia lo conducen a un intento de suicidio fallido como posible redención de sus crímenes al arrojarse desde una torre después de torturar y matar a otro joven, en una tétrica secuencia inicial.


Ahora, confinado a su habitación de una apartada casa de campo, se mantiene vivo en un pulmón de acero, atendido por su resentida e insatisfecha esposa Griselda (Marisa Paredes) y por su hija Rena (Gisela Echevarina). En este entorno aparece Angelo (David Sust), un extraño y apuesto joven que ofrece sus servicios como enfermero del exnazi pese a la oposición de su esposa. A partir de aquí comienza una enfermiza relación entre el pedófilo Klaus y Angelo cada vez más macabra. Pero...¿quién es Angelo realmente?

La película, que plasma la maldad del ser humano de una manera sombría y tenebrosa, mostrando una seguridad y una valentía tremendas de Villaronga ante la cámara, se presentó en el certamen oficial del festival de Berlín de 1986, donde recibió buenas críticas a pesar de que fueron muchas las voces que acusaron al mallorquín de macabro, sádico y filonazi. Cabe reseñar que a Villaronga le repugna la violencia tanto física como psicológica pero cree en la necesidad de representarla. Aún así un espectador italiano, tras la proyección de la película, llamó a Villaronga “porco assassino” al mismo tiempo que le propinaba un puñetazo. El rodaje incluyó algunas anécdotas cercanas a lo sobrenatural, como la ceguera transitoria que sufrió el actor Davisd Sust o el derrumbamiento de una de las galerías de la casa que produjo que cayera un enorme trozo de cristal cerca de la productora del largometraje. Incluso en una parte de la vivienda no se pudo filmar ya que siempre sucedían extraños problemas. Villaronga afirma que en el jardín de la casa encontraron un tipo de hongos alucinógenos populares por estar presentes en algunos aquelarres.


Cabe resaltar el excelente trabajo del director de fotografía Jaume Paracaula, con el que Villaronga ya había trabajado en sus cortometrajes. Paracaula consigue unos encuadres magníficos y una iluminación exquisita además de una ambientación y una potente atmósfera cargada de un misterioso simbolismo. En las paredes de la vivienda siempre predomina el azul, color de los ojos de todos los personajes excepto los de Angelo, que contienen un negro estremecedor. Encontramos influencias de "Arrebato" (1979), la vanguardista cinta de Iván Zulueta sin duda otro referente dentro del cine fantástico español al igual que "Tras el cristal", y es que no son pocas las similitudes entre el personaje de Angelo y el inquietante papel de Will More en la obra cumbre del ya fallecido realizador de Donostia.



Una película bellamente filmada y que trata el tema de la tortura y sus consecuencias de una manera admirable, profundamente desconcertante, no recomendada para los más aprensivos y que combina una variedad de géneros como arte y ensayo, drama, thriller psicológico y giallo. Independientemente de su contenido la forma en la que se presenta es brillante. Pero además "Tras el cristal" es mucho más que eso. Es una obra de arte transgresora que nos hace pensar sobre lo que estamos viendo. El largometraje no debe tomarse a la ligera y logra sacudir todos los sentidos con su atmósfera opresiva y perturbadora, inquietando al espectador de un modo escalofriante y observando en primera persona los ojos del fascismo así como el lado más oscuro del ser humano y la perversidad sexual. Un examen sin fisuras de la tortura de niños, violación y asesinato así como un retrato psicológico de la maldad. Las actuaciones son sobresalientes, de una credibilidad espeluznante, destacando la del joven Sust, que consigue estremecer al espectador obteniendo por méritos propios un puesto destacado dentro de los mejores personajes del cine de género patrio. 

"Tras el cristal" es una bordada radiografía del horror y del martirio físico que muestra ficticios hechos aterradores donde se dan lugar extraños y macabros sucesos que, si miramos atrás (y también al presente) no cabe la menor duda que bien podrían haber sido reales.  Por lo tanto queda justificada la visión de Villaronga ante la violencia y la parte sucia de la humanidad, que parece no tener fin en el mundo en el que vivimos actualmente. 



Se trata de una obra maestra incuestionable, insólita, valiente, extraordinaria, revolucionaria (por su forma de abordar las consecuencias del Holocausto), que nos traslada a lugares brutales y a la vez reflexivos, capaz de atrapar al espectador y no dejarle escapar hasta su final.



"Tras el cristal" (1987). Dirección: Agustí Villaronga.

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